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Actualizado: 8 de julio de 2025
Y luégo, ansiosa, loca, delirante, con acento infinito de dulzura, seductora, vivífica, anhelante, así exclamó exhalando la fragante deliciosa pasion de su alma pura: ¡Oh ensueño encantador del ansia mia! ¡fe de mi vida, hasta tenerte amarga! ¿por qué triste en tus ojos la agonía áun causa espanto á la ventura mia, por qué áun la pena del temor te embarga?
El trineo acababa de llegar a la otra vertiente de la montaña y volaba, como una flecha, en las tinieblas. Sólo turbaba el silencio el galope del caballo, la respiración anhelante de la escolta y, de vez en cuando, el grito del doctor: «¡Eh, Bruno! ¡Arriba, vamos!»
Tomando yo por guía de mi anhelante curiosidad la mirada de Chisco, y sin dejar de oír los ladridos de Canelo apenas metido éste en la covacha, pronto le vi retroceder, pero dando cara al enemigo con las cuatro patas muy abiertas, la cabeza levantada y casi tocando el suelo con el vientre.
Esta atención anhelante embarazaba a la esposa de Osorio, le hacía experimentar una turbación que, aunque leve, no dejaba algunas veces de ser visible. A medida que la enfermedad avanzaba, este afán de D.ª Carmen fué aumentando hasta convertirse en manía. Clementina representaba en la soledad moral en que vivía el único lazo de amor que la unía a la tierra.
Por el largo y estrecho agujero por donde habían descendido apenas penetraba un tenue rayo de luz. Estás en mi poder, Demetria. No te escapes, porque es inútil dijo el minero sordamente recogiendo del suelo su lámpara que se había apagado. Se oía la respiración anhelante de la joven que no respondió una palabra. Me tienes miedo, ¿verdad?... Pues dentro de poco llorarás por mí, pichona.
Era ésta una mujer de más de cincuenta años, obesa, con un vientre colosal, que se movía con trabajo, la respiración anhelante, embotada por la grasa y hablando siempre en voz de falsete. La suma discreción, la encarnación verdadera del sigilo.
Amparo se asió a mí, y me miró pálida, aterrada, anhelante. Mustafá gruñía dolorosamente. Venía Amparo en el mayor desorden: deshecho el peinado; una de sus manos envuelta en un pañuelo.
Su cabeza se hundió en el barro, tragando el líquido terroso y rojizo; creyó morir, quedar enterrado en aquel lecho de fango, y al fin, con un esfuerzo poderoso, consiguió enderezarse, sacando fuera del agua sus ojos ciegos por el limo, su boca que aspiraba anhelante el viento de la noche. Apenas recobró la vista, buscó á su enemigo. Había desaparecido.
Una noche dormitaba Eufemia en el gabinete de su ama, dando cabezadas contra la pared, cuando tuvo que despertar sobresaltada por un golpe que sintió en un hombro; era la mano de Emma, que la llamaba; estaba la señorita en camisa, pálida como nunca, su respiración era anhelante, las narices se la ponían hinchadas, abriéndose como fuelles. ¿Qué hora es? preguntó con voz ronca.
¡Basta ya! dijo al cabo con voz ronca y respiración anhelante, como si acabara de hacer una carrera fatigosa.
Palabra del Dia
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