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Actualizado: 8 de julio de 2025
¡Vos me conocéis!... exclamó la Dorotea más que eso... Vos conocéis á mis padres... ó los habéis conocido... Mi madre se llamaba Margarita. Es verdad. ¿Y dónde está mi madre? preguntó juntando sus manos y con voz anhelante Dorotea. ¡En el cielo! contestó con voz ronca el bufón. ¡Ah! exclamó la Dorotea. Y dejó caer la cabeza, y guardó por algunos segundos silencio.
Nada, nada se sobrepone a esa sensación poderosa a que el cuerpo cede en la dulce quietud de la tarde y que el espíritu sigue anhelante, porque le abre las regiones indefinibles de la fantasía, donde la personalidad se agiganta en el sueño de todas las grandezas y en la concepción de destinos maravillosos superiores a toda realidad.
Suspensa el alma, la mirada anhelante y fija por descubrir lo que envolvía en sus sombras la oscura calle; aguzando el oído por coger una palabra, entre el murmullo de las voces de los que hablaban bajo sus miradores, que le fuese indicio de quiénes eran los que en aquella hora la rondaban, la hermosa indiana estúvose con su doncella Florela; y asomándose a la entreabierta vidriera de una ventana de su cámara, en la cual había matado la luz, toda era cuidado y toda congojas; que enamorada estaba, no embargante su viudez, lo que decía con harta elocuencia que, o no había amado al difunto marido, o que le había amado tanto, que, por la dulce costumbre, sin amor no podía pasarse.
La confusión entonces llegó á su término. El orador continuó su filípica; pero la continuó excitando al pueblo á que no cediera en su empeño de verificar la manifestación. Estaba lívido, anhelante, y cada palabra suya era como un latigazo que estimulaba á la muchedumbre á seguir adelante.
La vida norteamericana describe efectivamente ese círculo vicioso que Pascal señalaba en la anhelante persecución del bienestar, cuando él no tiene su fin fuera de sí mismo. Su prosperidad es tan grande como su imposibilidad de satisfacer a una mediana concepción del destino humano.
El llegaba también. La noche huía, y con palidez tétrica la luz temblaba sus fulgores últimos envueltos en la agónica tristeza. Oye el reo anhelante... ¡Ya es el alba! ¡Son los soldados que a llevarle llegan! ¡Es la hora tenebrosa de la muerte...! ¡La muerte misma que fatal se acerca!
Sígueme, vén, pues que el Señor, clemente, en el fuego de amor unirnos quiso, y el arduo monte, el mugidor torrente, el dulce valle y la sonora fuente serán nuestro encantado paraíso. Y anhelante calló. La contemplaba muriendo de ansiedad, y cual tesoro que de su amante corazon brotaba sangre del alma, largo resbalaba por sus mejillas pálidas el lloro.
Vio algo extraño en ellos: parecían menos alarmados y como llenos de curiosidad maliciosa. Había allí sorpresa, incertidumbre, no susto ni temor a un peligro. ¿Pasa algo? ¿Qué pasa? preguntó anhelante, con la cara de lástima que ponía cuando acudía en vano a implorar sentimientos tiernos, de caridad, en sus semejantes. Hombre, usted puede entrar dijo Körner ; al fin es el marido. Bonis entró.
Concluye de llenar la botella aconseja Belarmino. Es verdad. Pero te aseguro que es la primera vez que hago esto. Ya lo sé. Van del brazo, por el jardín de asfodelos, envueltos en la niebla dorada del sol, que produce una ilusión evanescente, como si aligerase la gravedad de las cosas materiales. Pero, ¿no estamos soñando? interroga Apolonio, anhelante . Apenas si toco la tierra en donde piso.
Alentada por su amiga, abrigaba algunas esperanzas, por remotas que fuesen, de salvar a su marido, escapando ella misma a tormentos morales en que temía dejar la razón, y por esta causa vigilaba con anhelante interés los más pequeños actos, las más insignificantes palabras de Jacques.
Palabra del Dia
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