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¿No admira usted, señor cura, cómo me he librado, sin hacer nada para ello, de ese secreto que tanto me pesaba? Elena al Padre Jalavieux. Mi padre lleva muchos días enfermo y con alternativas que nunca le llevan a la convalecencia. Estoy angustiada. Hoy, cuando salía de mi cuarto para ir a instalarme al lado de mi padre, me he encontrado con Máximo.

Pero los mozos la siguieron, y ella quiso ir más á prisa; ellos también; ella más aún, hasta que se decidió á correr, y corrió con toda la velocidad que podía. Entonces una mujer gritó desde una puerta con voz chillona y angustiada: "¡A esa, á esa, á esa!" Un hombre la detuvo por el brazo; muchas mujeres la rodearon, y se formó en un momento un grupo de más de treinta personas en torno á ella.

Soldado nací y soldado he de morir. Eso era lo que yo temía, exclamó angustiada la baronesa. ¿Creéis que no he notado vuestro desasosiego de estos últimos tiempos, y la revista que habéis pasado á vuestras armas en compañía de Renato el escudero? ¡Nuestra Señora de Embrún me valga! No os aflijáis. No se trata sólo de inclinación mía, sino de un deber, de un llamamiento á nuestro honor.

Sin embargo, un día le enteran de que allá, muy lejos, en Roma, «cuando llevan el Sacramento a los enfermos no lo llevan con la reverencia que es razón». ¿Podré pintar su desconsuelo? Doña Teresa cavila y se desazona; ella estaba ya un poco tranquila, y ahora vuelve a sentirse angustiada. ¡No; eso no puede continuar de ese modo!

Allí estaba ella, con mucha devoción, aguantando a pie quieto las miradas y suponiendo los comentarios internos que acompañaban a estas; la condesa de Murguía, señora muy severa, que había comido muchos viernes en casa de Currita y disfrutado no pocas veces de su palco en el teatro, hallábase a su lado... Alarmóla esta proximidad, volvió la cara angustiada, y apretando cuanto pudo a las otras señoras que ocupaban el banco, apresuróse a dejar entre ella y la escandalosa un gran espacio vacío.

Procure usted desempeñar bien su papel. Yo respondo del mío. Doña Paula salió de la estancia escoltada por el Duque, que la despidió a la puerta con una exagerada y silenciosa reverencia. Al llegar a la escalera la angustiada señora, respiró con libertad. Aunque fuese a costa de, aquellas penosas emociones, se alegraba vivamente de haber arreglado el asunto sin escándalo y sin peligro.

Mas aunque el Príncipe tártaro salió con gran secreto, la Princesa Venturosa, que tenía espías, y estaba, como vulgarmente se dice, con la barba sobre el hombro, supo al instante su partida, y llamó a consejo a la lavanderilla y a la doncella. Luego que las tuvo presentes, les dijo muy angustiada: Mi situación es terrible.

Descorazonado e impaciente, consideraba que sus economías valían bien un rayo de luz, y sólo dijo: «Hágase lo que ustedes quieran». Por la noche, Milagros fue a acompañar a su correligionaria en trapos. Esta, como no se habían visto desde la semana anterior, creía resuelto ya el problema financiero que puso a la marquesa tan angustiada en los últimos días de Junio. Francamente, yo también lo creí.

Isidorito se levantó de improviso con el rostro desencajado y extendiendo su diestra hacia la tierra, exclamó con voz poderosa y angustiada: ¡Vuelta, vuelta por Dios, o me arrojo al agua! Entonces la falúa, no queriendo ser cómplice de un suicidio, giró sobre misma, dejó caer la vela, y echando los remos al agua, comenzó a caminar lo más velozmente que pudo al punto más cercano de la costa.

Francisca... protestó su madre angustiada. No hables así... La risa que se apoderó de todo el mundo acabó de restablecer el perfecto equilibrio de la conversación. Cuando todos se marcharon la abuela me regañó por mi indiscreta curiosidad y por las reflexiones de Francisca. Las faltas son personales hice observar a la abuela.