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Actualizado: 9 de octubre de 2025
Y todavía la hermana volvió a escanciarle. Siguieron buscando. El mozo, tremulento, daba tumbos y juraba balbuciente; ella se reía y le iba proponiendo: Te casas con ella si quieres..., y si no..., no te casas.... Al atravesar la antesala encontraron a doña Rebeca, toda despavorida y angustiada, apretando convulsa un puño de pesetas.
Cuando Carmen, un poco engañada, alzó la cabeza y miró al hidalgo, le vió demudado y con el rostro humedecido. Angustiada todavía, le preguntó: ¿Lloras?...; ¿sabes tú llorar?
El hombre graba en su angustiada mente con santos signos la mejor palabra, y canta en tus recuerdos inspirado, volviendo tristemente sobre el tiempo dichoso y ya pasado, en que tu amor tan sólo, su amor era; amor dulce, sereno, inmaculado como el rayo del sol en primavera.
¡Ay! sí... No verá el día que va a venir... Elena vaciló como herida del rayo y tuve que sostenerla un momento... Después se irguió, sin lágrimas, y me dijo angustiada: Si muere antes del día, no se cumplirá su deseo supremo... Usted lo ha oído; quiere morir en la fe cristiana... Lo he oído. En nombre del Cielo, Máximo, corra usted a la iglesia más próxima... Yo moví la cabeza.
Carmencita tendió por su rostro una sonrisa llena de lágrimas. La vieja, angustiada, le acarició las manos, y al punto exclamó: ¡Qué frío tienes!... ¿No llevas bastante abrigo? ¿Estás tú también enferma? La acogió en su regazo como para darla calor, y comenzó a besarla. Carmen rompió a llorar con espasmo anhelante.
El terror diole alas para huir por la calle de Alcalá, sin una idea en la mente para definir lo que pasaba, sin un acento en la garganta para lanzar un grito... Uno, lastimero y agonizante, llegó a sus oídos, y otra voz vigorosa y angustiada hendió siniestramente los aires en el silencio de la noche: ¡Cabo de guardia!... ¡Un hombre muerto!...
Quise protestar, pero me interrumpió con un gesto y siguió diciendo a Máximo: Quiero que sepa que no pongo en esto ninguna obstinación mal intencionada, y que, si dependiese de mí, no contristaría a tan buena hija ni vería su cara llorosa y angustiada sin transigir, por lo menos, con Dios-Padre... al que no niego absolutamente, pero que es para mí lo incognoscible.
Torrebianca, con una voz cada vez más angustiada, formuló otra pregunta: Y esos dos hombres, ¿crees que fueron á batirse ayer por Elena? Ahora ni siquiera hizo Robledo el gesto vago de antes y se limitó á bajar los ojos.
A esto se estremeció de espanto la angustiada mujer y volvió a caer de rodillas delante de mí, para pedirme por Dios crucificado que no se hiciera tal cosa.
Pero Adriana la apuraba con impaciencia, angustiada; ya no hubiera podido arrancarse a la ansiedad con que devoraba los secretos de Laura. El diario, después de referir las dolorosas consecuencias que tuvo la intervención de Zoraida, aparecía con una página en blanco. Luego se reanudaba, según la fecha, siete años más tarde. "5 de junio de 19...
Palabra del Dia
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