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Actualizado: 14 de junio de 2025
Claro está que muy fácilmente y con erudición de segunda mano, tomada de varios autores españoles, entre los cuales sobresalen Menéndez y Pelayo y Amador de los Ríos, pudiera yo extenderme aquí y convertir en libro este artículo para demostrar hasta la evidencia que todo el saber arábigo-judaico de España fue propio de los españoles, y que éstos, no sólo le crearon, sino que le divulgaron por toda Europa.
Manuel Mengana Olión. Tomás Santos Suárez Armando Sánchez. Darío Naranjo. Manuel Andreu. Encarnación Alfonso. José Ignacio Cáceres. Ramón Izquierdo. Esteban León. José Pérez Zequeira. Juan Aguirre. Germán Cauce. Antonio Plasencia. Enrique Salas Prado. Fortunato Cortés. Amador Rodríguez. Juan Garzón. Juan Sánchez González. Antonio Mendoza. Policarpo Garvey. Antonio Moiño. Juan José de la Paz.
¡Viva el doctor Trevexo! exclamó don Juan. ¡Viva! exclamaron los demás circunstantes, incluso mi tía Medea que transpiraba de entusiasmo. ¿Por quién vota usted, señor don Pancho, para primer candidato de la lista? Por mi venerado jefe, don Buenaventura. ¡Y yo también! dijo don Policarpo Amador, antes de que le tocara el turno para votar. ¡Y yo! exclamó don Tobías Labao con la misma anticipación.
Don Benjamín era felicitado por la manera severa y eficaz con que había enseñado la puerta de la calle a los revoltosos. Los señores Palenque, don Policarpo Amador, don Narciso Bringas y don Pancho Fernández, rodearon al doctor Trevexo y la sesión continuó como si nada hubiese sucedido.
»En ese momento, Juancito, que se había bajado ya, montó de un salto y acercándoseme, me dijo: «Vamos, don Ricardo, no le conteste»; pero yo le dije: «No me insulte, Anastasio, porque le puede costar caro». Al oír esto, se entró rápidamente y volvió a salir, poniéndose el cuchillo en la cintura y con un amador en la mano, diciéndome: » Caro me lo van a pagar ustedes y al mismo tiempo gritaba hacia el interior: ¡Enfréname el bayo!
Estos citados son los más notables cuadros de Juan del Castillo, y en los que pueden apreciarse por completo sus méritos y su estilo de pintura, debiendo citar aquí también otras obras como las siguientes, que conservaron varios particulares y elogió Amador de los Ríos en 1844 cuando dió á luz su libro Sevilla pintoresca.
14 Porque muchos son llamados, y pocos escogidos. 16 Y envían a él los discípulos de ellos, con los de Herodes, diciendo: Maestro, sabemos que eres amador de verdad, y que enseñas con verdad el camino de Dios, y que no te curas de nadie, porque no tienes acepción de persona de hombres. 17 Dinos pues, qué te parece: ¿Es lícito dar tributo a César, o no? 19 Mostradme la moneda del tributo.
Algunos llevaron su audacia, sin dejar la capa, a extender sus correrías de caballeros pobres hasta las puertas de la misma capital de la provincia, y por fin, D. Diego, el padre de Emma, el genio superior de la familia sin duda alguna, entró en la ciudad sin miedo, fue estudiante emprendedor y calavera, y al llegar a la mayor edad y tomar el grado, cambió de carácter, de repente, se hizo serio como un colchón, abrió cuarto de estudio, acaparó la clientela de la montaña, aduló a los señores del margen, magistrados serios también y amigos de las fórmulas más exquisitas, hizo buena boda, salió de pobre, brilló en estrados con fulgor de faro de primera clase, y, sin perjuicio de ser romántico en el fuero interno, y hasta de escribir octavillas en el seno del hogar, y dejar válvulas de seguridad a los vapores del sentimentalismo en las llaves de la flauta, en que soplaba con lágrimas en los ojos, fue con todo el más rígido amador de la letra y enemigo del espíritu y de toda interpretación arriesgada e irreverente de la ley sacrosanta.
El doctor Trevexo fue aclamado unánimemente, y con la misma unanimidad, sin que se suscitara divergencia alguna, en una perfecta armonía, fueron proclamados candidatos don Benjamín, don Pancho, don Tobías Labao, don Narciso Bringas, don Policarpo Amador y don Hermenegildo Palenque, es decir, todos los concurrentes menos mi tío Ramón.
Con esto y la natural vanidad que lleva a la mujer a creerse querida de veras, la Regenta podía, si le importaba, creer que el Tenorio de Vetusta había dejado de serlo para convertirse en fino, constante y platónico amador de su gentileza.
Palabra del Dia
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