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El concepto de la glorificación del Creador por el engrandecimiento intelectual, moral y material de sus criaturas, fruto superior de la razón moderna, formada lenta y subrepticiamente por la filosofía moderna, sobre los restos del pensamiento griego salvado por los árabes del vandalismo cristiano de los primeros siglos de fe, este principio esencialmente afirmativo y constructivo, concorde con la ley de evolución, por el que el hombre marcha paralelo con las fuerzas de la naturaleza y fortalecido por ellas, como diría Emerson, tan diametralmente opuesto al principio esencialmente negativo e inactivo de la teología cristiana que se propone, como el paganismo, contrarrestar las energías de la naturaleza con la magia religiosa, esta dignificante y operante concepción de la vida, levadura del liberalismo y alma de la civilización moderna, fue adoptada y apadrinada desde su nacimiento por la franc-masonería, que se reconstituyó para propender al desenvolvimiento de la verdad, la justicia y la fraternidad, sobre los Derechos del Hombre, al fin proclamados netamente en la declaración de la independencia americana, y sobre las ruinas de la Bastilla, en el último tercio del siglo XVIII.

El doctor Trevexo fue aclamado unánimemente, y con la misma unanimidad, sin que se suscitara divergencia alguna, en una perfecta armonía, fueron proclamados candidatos don Benjamín, don Pancho, don Tobías Labao, don Narciso Bringas, don Policarpo Amador y don Hermenegildo Palenque, es decir, todos los concurrentes menos mi tío Ramón.

Así, pues, los doctores como los jóvenes, el clero como las masas, aparecieron desde luego unidos bajo un solo sentimiento, dispuestos a sostener los principios proclamados por el nuevo orden de cosas. Paz pudo contraerse ya a reorganizar la provincia y a anudar relaciones de amistad con las otras.

He castigado con la locura a los que estaban detenidos por sabios, los gefes inhabiles han sido proclamados por mi, dignos de gobernar el mundo ... los mortales empezaban a disgustarse de los tiranos, se atrevian a pensar por si mismos, a poner los reyes en equilibrio, y a hablar de la libertad, que para ellos es el fruto vedado... Pero esta tarde ... montemos en nuestras nubes.

Al volver del destierro pagó los esfuerzos de los que él llamaba sus vasallos con la más fría ingratitud, con la más necia arrogancia, con la anulación de todos los derechos proclamados por los constituyentes de Cádiz, con el destierro ó la muerte de los españoles más esclarecidos; encendió de nuevo las hogueras de la Inquisición; se rodeó de hombres soeces, despreciables é ignorantes, que influían en los destinos públicos como hubiera podido influir Aranda en las decisiones de Carlos III; persiguió la virtud, el saber, el valor; dió abrigo á la necedad, á la doblez, á la cobardía, las tres fases de su carácter.