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Actualizado: 29 de junio de 2025
¡No es eso! ¡No es eso! repuso el joven en tono de impaciencia y no poco avergonzado. Debes perdonarla, porque no está acostumbrada a estas cosas. Es una chiquilla... Además, el estado en que se encuentra, tal vez influya en su estómago. ¡No es eso, Cecilia! volvió a exclamar el joven con más impaciencia, levantando un poco la cabeza de las almohadas.
Tiene los ojos llenos de lágrimas, y en la boca unos pliegues tentadores, y dentro de la remonísima garganta suenan unos ruidos, unos ayes, unas quejas subterráneas; parece que allá dentro se lamenta el amor siempre callado y en prisiones ¡qué sé yo! ¡Suspira de un modo, da unos abrazos a las almohadas! ¡Y se encoge con una pereza!
Allí, con la cabeza levantada y sostenida por varias almohadas, estaba el Padre sin dar señal alguna de conocimiento. Los ojos como dormidos, entornados los párpados, muda la lengua. Tal vez sentía, veía y comprendía aún; pero no tenía medio de comunicar sus impresiones por carencia de fuerza muscular. Largo rato le miró doña Luz sin pronunciar palabra. Al fin rompió en amargo lloro.
De aquí proviene que el Excmo. Ayuntamiento de Zaragoza lleva siempre almohadas de terciopelo negro á esta iglesia y la del Pilar, al paso que usa de las de carmesí en otros templos como lo he observado siendo síndico. Estas gestiones hacen ver la persuasion en que estaban los diputados del bautismo de SANTA ISABEL en el templo de la Seo.
D. Álvaro Montesinos yacía en la cama, más bien reclinado que extendido, con una pila de almohadas detrás de la espalda; yacía presa de un síncope o ataque de disnea, con los ojos cerrados y la boca entreabierta, sacudido de vez en cuando su mísero tórax por un hipo aciago. No había a su lado más que D.ª Eloisa y una criada.
Toda la noche había estado inquieta en el lecho, regando las almohadas con sus lágrimas. Por la mañana había sido aún necesario violentarla para llevarla al ferrocarril. Y ahora, en aquel antiguo castillo, frío, húmedo y desolado, continuaba rebelándose. No lo hacía en voz alta, porque tenía miedo á su tía, pero en el fondo juzgaba severamente su manera de obrar.
El cochero es Pedro Real, que lleva al lado a Adela, en la imperial, Juan y Lucía, adentro, con la gente mayor, que es muy respetable, pero no nos hace falta para el curso de la novela, Ana sentada entre almohadas, muy mejor con el gozo del viaje, con su cuaderno de apuntes en la falda, para copiar lo que le guste del camino, que ya le perece que está buena, y Sol a su lado, con un vestido de sedilla color de ópalo, tranquila y resplandeciente como una estrella.
Por la noche escondía la cabeza bajo las almohadas y las sábanas, de tal manera que se ahogaba; pero no se atrevía a sacarla, aunque la habitación estaba bien alumbrada y frente a la cama dormía una enfermera, a quien el doctor, en vista del estado inquietante de Petrov, había encargado de vigilarle toda la noche.
Puso sobre ella las manos. El corazón le golpeaba en el pecho fuertemente. Dejose caer de bruces, y con mucha delicadeza para no deshacer la ropa se subió a ella y se extendió, apoyando la cabeza en las almohadas.
En otro sitio hubiese adquirido Isidro los mismos muebles a menos precio. Pagaba el parentesco y la vergüenza del regateo. Compraron una camita dorada, una mesa de escribir, otra de comedor, varias sillas y un colchón con almohadas y dos mantas.
Palabra del Dia
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