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Actualizado: 10 de julio de 2025


Por lo demás, ni en esto hubo plan pecaminoso, ni propósito maquiavélico, ni concierto alguno entre el Conde de Alhedín y su confidente. Nada se había tramado ni contra la virtud de Beatriz, ni contra la inocencia de Inés, ni contra el honrado reposo de don Braulio. Rosita buscó con alegría y orgullo a sus semi-paisanas, fiada en los encomios del Conde.

No todos son como el Conde de Alhedín, que sabe distinguir a escape con quién ha de habérselas. Tienes razón dijo Beatriz ; fué un disparate, fué una imprudencia lo que hicimos la otra noche. No lo volveremos a hacer. De aquí en adelante sería imposible. Os desentonaríais. Ya a estas horas os conoce todo Madrid; esto es, la sociedad. Debéis venir, o con tu marido... o conmigo.

La reputación de doña Beatriz quedó así más lastimada que el cuerpo de Arturo, de resulta del lance que tuvo con él el caballeroso Conde de Alhedín, inhábil, por la persuasión y por la violencia, para convencer a nadie de su platonismo.

Cuando iba éste, la natural simpatía le impulsaba siempre a hablar con el Conde de Alhedín más que con otro alguno. El Conde hablaba con formalidad, con sumo acierto y con sano juicio, de las cuestiones más graves, y hasta cuando estaba de broma todos sus chistes parecían a don Braulio no groseros y vulgares, sino delicados e ingeniosos, por donde era el primero que los reía.

La conversación que tuvo con su madre puso al Conde de Alhedín de muy mal humor contra los deslenguados, chismosos e insolentes que iban propalando por todas partes sus amores con doña Beatriz; pero no por eso procuró en lo sucesivo ser más cauto y mirado a fin de no dar ocasión y fundamentos a aquellas habladurías.

Quiero decir con esto que Rosita amaba a muchos de sus tertulianos con una amistad parecida a la que un hombre puede sentir por otro hombre, con más cierta dulzura inefable que ella, por ser mujer, y mujer bonita aún, atinaba a poner en esta amistad, completamente ajena a todo sentir amoroso. El primero de estos amigos de Rosita era el Conde de Alhedín. Entre Rosita y el Conde no había secretos.

La tertulia duraba de ordinario hasta cerca de las dos; pero don Braulio y sus damas solían irse antes de la una. Así lo hicieron aquella noche. El Conde de Alhedín, aunque no tenía gana de más tertulia, no se atrevió a irse cuando se fué doña Beatriz, ni inmediatamente después. Se quedó, entrando en el corro general de los que estaban allí hasta última hora.

La Condesa de Alhedín tuvo con su hijo una larga conversación: le habló de la boda propuesta como de una gran dicha para su casa; como de un fausto suceso que merecería toda su aprobación, y trató de apartarle de los enredos galantes que le suponía, pintándole las delicias del hogar doméstico y repitiendo lo que otras veces había manifestado, de que ya era tiempo de que tuviese una familia, adquiriese otra gravedad y respetabilidad y emplease su vida y las altas prendas que Dios le había dado en asuntos serios, que redundasen en pro y mayor lustre de su nombre y en bien de su patria.

Que por mi culpa Braulio está celoso y se ha ido de casa y puede que no vuelva más. ¿Y de quién tiene celos? Tiene celos del Conde de Alhedín. ¡Vaya un desatino! dijo Inesita . Pues qué, ¿no ve claro que el Conde no tiene por ti mas que mera amistad?

Este caballerito poseía más de 15.000 duros al año; era soltero, andaluz, no tenía una sola deuda, y llevaba el título de Conde de Alhedín el Alto. Jamás había querido estudiar ni seguir carrera ninguna.

Palabra del Dia

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