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Actualizado: 10 de julio de 2025


Toda su serenidad olímpica desapareció entonces al fin. Se cubrió el rostro con las manos y rompió a llorar como una Magdalena. Paco Ramírez, entre tanto, había buscado inútilmente a don Braulio por mil partes y de mil modos. Luego discurrió ir a casa del Conde de Alhedín.

Es absurdo en hombre tan corrido y tan atrevido. Nada..., le da vergüenza de que le presente a ti y se ha escapado. Está retardando lo que más desea... ¡Gracias a Dios! Ya viene por allí. Beatriz dirigió la mirada hacia donde indicaba su interlocutora, y vió que se acercaba al corro el lindo y elegante Conde de Alhedín. ¿No es verdad que es muy gentil? preguntó la Condesa.

El respeto y hasta el temor que inspiraba el Conde de Alhedín, poco sufrido con nadie, pronto para el enojo, y diestro y feliz en lances y pendencias, no consentían que los hombres se insinuasen con doña Beatriz, hablándole de sus amores con el Conde. Beatriz no trataba con mujeres de la sociedad, que no hubieran respetado al Conde y que se hubieran insinuado con ella.

Le pasó por la cabeza que en su casa podría hallar Inesita un buen novio; consideró posible que en su casa saliese don Braulio de su obscuridad, y como le juzgaba pájaro de cuenta, vino a fingírsele en breve tiempo o Director general o Ministro, haciendo mil negocios útiles a la patria, y sobre todo a su marido; y no le pareció tampoco inverosímil que en su casa Beatriz y el Conde de Alhedín llegasen a enamorarse perdidamente el uno del otro; pero en esto no atinaba a ver Rosita, dado que ocurriese, y que ocurriese con la debida circunspección, nada de trágico, ni siquiera de desagradable para don Braulio, quien, según ella misma había declarado, le era simpático de veras, y de quien ya formaba elevadísimo concepto.

¿Quién sabe si serían algunas costurerillas, algunas profesoras de primera enseñanza que habían venido a oposiciones, o algo no menos cursi, aquellas dos que le habían hecho hacer lo que no hizo jamás ni por reinas y emperatrices? El Conde de Alhedín se guardó muy bien de contar en el Veloz-Club su conato frustrado de persecución y el desdén con que le habían tratado las dos desconocidas.

Uno sólo se ganó desde luego su confianza; uno sólo le pareció elegante, distinguido, noble por completo, discretísimo, ilustre, ameno, dulce y leal: el Conde de Alhedín.

En esta cuestión estaban, cuando llamó a la puerta don Braulio, y entró luego en el cuarto, interrumpiendo a las dos hermanas. El hombre era según se le habían descrito al Conde de Alhedín: flaco, calvo, pequeño de cuerpo, nada bonito; y, aunque sólo tenía cuarenta y cinco años, parecía tener diez más, porque el trabajo, los cuidados y los disgustos le habían envejecido.

Los antecedentes del Conde y su carácter y posición militaban en contra de lo que deseaba; no se avenían con el papel que anhelaba representar. El Conde de Alhedín tenía fama de conquistador punto menos que irresistible. Y por otra parte, nadie dejaba de notar que los adoradores perpetuos, los amantes de eterno suspiro han sido siempre de abajo arriba, y no al revés.

Lo que no era verosímil, lo que no cabía en la cabeza de nadie era que el dichoso, que el hastiado, que el rico y noble Conde de Alhedín, delicia de la corte, suspirase no por emperatriz, reina o gran duquesa siquiera, sino por una muchacha obscura, pedestre, venida de un lugar y casada con un casi escribiente feo y viejo.

Desgraciadamente para nuestra Marquesa, el Conde de Alhedín no era hombre contra quien pudiesen valer artes tan sutiles. El Conde quizá gustaba de reposarse tranquilamente en la duda cuando se trataba de otras materias; pero en negocios de amor, gustaba de salir de la duda cuanto antes. Los coqueteos de Elisa no tuvieron, pues, el éxito que con otros hombres habían tenido.

Palabra del Dia

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