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La anciana ama del cura era quien las acompañaba cuando iban solas y a pie a la tertulia sin que don Braulio las acompañase. Aquella noche el ama las acompañó también. Cuando llegaron a la tertulia, ya estaba en ella el Conde de Alhedín, quien de día en día iba descuidando más sus otras tertulias y diversiones, y acudiendo más temprano y sin faltar una sola noche en casa de Rosita.

Una sentencia del Conde de Alhedín sobre feo o bonito, sobre buen tono o mal tono, sobre distinción o falta de distinción, era inapelable para Rosita. De este modo se comprenderá su entusiasmo súbito por sus antiguas amigas del lugar. El Conde se las había descrito como dos portentos, y Rosita había dado por cierto que lo eran.

No quiero, pues, alterar la verdad de mi historia e ir contra esta ley del progreso humano, convirtiendo en un monstruo al Conde de Alhedín. Atengámonos a la verdad. El Condesito, según he declarado ya, era un excelente chico, ligero, amigo de divertirse, muy tentado de la risa, pero mejor que el pan.

El tío cumplió con discreción y habilidad el delicado encargo. La Condesa viuda de Alhedín halló que su hijo no podía soñar con mejor boda, y se puso enteramente de parte de la Marquesa, cuya decidida voluntad en favor del Conde la lisonjeaba en extremo. No hay que decir que esta negociación se llevó con el mayor sigilo.

Confieso, con la ingenuidad que me es característica, que he tenido tentaciones de pintar al Conde de Alhedín como a un seductor perverso, endemoniado y profundo en sus ardides y planes de guerra. «De esta suerte me decía yo cuando iban ocurriendo estas cosas y yo mismo no estaba aún en el secreto , si doña Beatriz ha sido en efecto seducida, su caída tendrá cierta disculpa, y, si no lo ha sido, su triunfo será más glorioso y memorable

Apenas quedó en la coronada villa hombre ni mujer, iniciados en la historia anecdótica de los salones, en aquella historia que Asmodeo y sus imitadores no pueden ni deben revelar por impreso, si bien tiene mil cronistas orales y clandestinos, que no diese ya por cierto, firme y apretado, el lazo que unía el corazón de Beatriz y el de Ricardo, que así llamaban al Conde de Alhedín sus íntimos o los que por tales querían pasar para darse tono.

Venció la oposición de su madre, que no gustaba de casamiento tan desigual, e Inés, al año de muerto don Braulio, fué Condesa de Alhedín.

Yo no tengo impaciencia ninguna ni afán de divertirme respondió Inesita . Comprendo bien que Braulio no quiera que vayamos solas. ¡Somos tan muchachas ambas!... Casi pareces más joven que yo. Nos exponemos a mil sustos... a que nos persigan... a que nos falten al respeto... como el libertino de la otra noche. exageras... el Conde de Alhedín no nos faltó al respeto.

Usted, señor Conde, nos dirá el nombre del difunto. Don Braulio González dijo el Conde de Alhedín. Cuando supo Beatriz la muerte de su marido, su dolor tocó en los límites de la desesperación; mas no le resucitó por eso. Inesita estuvo también punto menos que desesperada. El Conde, compungido por todas aquellas lástimas, se esforzó por consolar a Inés: todo le parecía poco para consolarla.

No se citaba, durante su matrimonio, un solo triunfo que el amor hubiese alcanzado sobre ella. Había sabido infundir, o sin saberlo ni pretenderlo ella, había infundido esperanzas que no llegaban a cumplirse. Hasta ya viuda, Elisa no había tratado con frecuencia al Conde de Alhedín. Verle y desear enamorarle fué en ella todo uno.