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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Oiga yo antes, Gabriela, esas noticias alegres que tienen a usted tan contenta. ¡Ah! prorrumpió la hermosa señorita, iluminada por los reflejos multicolores de las luces de Bengala. ¡Tan contenta!.... ¡Quiero que usted participe de mi dicha! Presentí lo que Gabriela iba a decir. Un ser invisible lo murmuró a mis oídos.
Pero aún se detuvo un momento, porque aquel diablo de hombre estaba en todo. ¡Los folios! ¡Borrad los folios! Parecía que a la barca le habían salido patas. Estaba ya fuera del agua y se arrastraba por la arena en medio de aquella multitud que bullía y trabajaba, animándose con alegres gritos. ¡Qué chasco! ¡Qué chasco se llevarán los del gobierno!
Desta manera quedaron todos contentos, alegres y satisfechos, y la nueva de los casamientos y de la ventura de la fregona ilustre se extendió por la ciudad, y acudía infinita gente a ver a Costanza en el nuevo hábito, en el cual tan señora se mostraba como se ha dicho.
Entre tanto, a fin de mostrar a Rafaela que por ella sólo había sido ordenada y juiciosa su vida; a fin de hacerle notar que se consolaba de su desdén volviendo a sus antiguas travesuras y locos deportes; y a fin acaso de que el mismo Pedro Lobo comprendiese que nada tenía él que ver con Rafaela, y que Rafaela no le importaba nada, decidió y concertó con los más alegres jóvenes de Río una regocijada partida de campo para el día siguiente, o mejor diremos para la siguiente noche.
Es una verdad que os hubiera parecido mentira en los ilusionados comienzos, allá en vuestro rincón provinciano, antes de caer en la Puerta del Sol entre las garras de la Bohemia, la sirena que devora el corazón y el cerebro de sus amantes, en unión de la miseria, entre alegres paradojas y peligrosas funambulerías en la cuerda floja de lo imprevisto.
Desde Sevilla su padre le escribía muy a menudo, y cada cinco o seis meses venía a hacerle una visita; pero jamás intentó llevarle a pasar las vacaciones en su casa. El pobre colegial, al llegar el mes de junio, veía partirse a todos sus compañeros alegres como las golondrinas, y durante algunos días lloraba a solas en su cuarto.
En un grupo se discutía, se disputaba, se citaban frases del profesor, testos del libro, principios escolásticos; en otro gesticulaban con los libros agitándolos en el aire, se demostraba con el baston trazando figuras sobre el suelo; más allá, entretenidos en observar á las devotas que van á la vecina iglesia, los estudiantes hacen alegres comentarios.
El Gloria in excelsis, ese cántico que la religión cristiana poéticamente supone entonado por ángeles y por niños, acompañado por alegres repiques, por el ruido de los petardos y por la fresca voz de los muchachos de coro, parecía transportarme con una ilusión encantadora al lado de mi madre, que lloraba de emoción, de mis hermanitos que reían, y de mi padre, cuyo semblante severo y triste parecía iluminado por la piedad religiosa.
Encontró al joven en un pequeño y obscuro cuarto, donde estaban amontonados los muebles que había sido necesario sacar de las otras habitaciones, sentado en un cofre de madera volcado, meditando, con la cabeza entre las manos. Roberto, amigo mío, ¿qué haces ahí? le gritó. Ustedes siempre tan alegres por allá, ¿verdad? El doctor le puso las manos sobre los hombros: Me inquietas, amigo mío.
El agua saltaba en las fuentes y corría por los pilones murmurando; oíanse alegres voces de niños en lo interior del edificio; gorjeos de ruiseñores y jilgueros en los árboles, y más allá, pasada la verja, ni niños, ni agua, ni flores, ni pájaros... Una llanura estéril, un pueblo de barracas; y allá en el horizonte, lejos, lejos, Madrid, la corte de España, asomando sus cúpulas y sus torres entre esa neblina que pone más de relieve la limpidez de la atmósfera, esa especie de vaho que se levanta de las grandes capitales, semejante a las emanaciones de una hedionda charca.
Palabra del Dia
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