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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Habiendo enfermado D. Rodriguín a principios de Junio, su familia le sacó del colegio. Restablecido en un par de semanas, no quiso volver a la clausura hasta no presenciar las grandiosas ceremonias de la jura de la Princesa Isabel, y las alegres fiestas de los tres días que siguieron al 20.
En la vida hay muchos disgustos, es cierto, pero entre unos y otros Dios nos concede algún respiro y si lo aprovechásemos para ser felices, para vivir alegres, acaso las calamidades nos hallaran más fuertes y pudiéramos soportarlas mejor y sabríamos cuando llega la ocasión mostrarnos valerosos como mi hermano, que no ha sido ante su desgracia ni un cobarde ni una fiera.»
Recordaba mi pueblo, mi pueblo querido, cuyos alegres habitantes celebraban a porfía con bailes, cantos y modestos banquetes la Nochebuena.
También los catequistas alegres, graciosos, vivarachos, van y vienen, reprenden a las educandas con palabras de miel y sonrisas paternales, y se meten entre banco y banco mezclando lo negro de sus manteos redundantes con las faldas cortas de colores vivos, y el blanco de nieve de las medias que ciñen pantorrillas de mujer a las que el traje largo no dio todavía patente de tales.
Diez ó doce mujeres, zambitas y zambazas, ó viejas requemadas, todas alegres, con alpargata suelta por calzado, un pañuelo de cuadros escandalosos atado á la cabeza en forma de gorro ó turbante, y un camison flaco y desairado, de zaraza ó muselina burda, con el gracioso arete de oro ó tumbago en la oreja, hicieron irrupcion por todas las escaleras del vapor, seguidas de veinte muchachos y mocetones, rollizos y tostados por el calor tropical.
La mayor partes de los edificios eran de numerosos pisos, y algunos palacios tenían sus azoteas altas al nivel de su cabeza. Las casas, de nítida blancura, estaban cortadas por fajas rojas y negras, y muchos de sus muros aparecían ornados con frescos, gigantescos para los ojos de sus habitantes, que representaban sucesos históricos ó alegres danzas.
Mi marido acaba de suscribir la renuncia que yo deseaba en favor de mi hermana. Esta va a comprar la finca de Rieux, donde pasamos tan alegres días durante nuestra niñez. 14 de septiembre de 1804. Me hallo en Belley, adonde he ido a buscar a mi Alfonso para las vacaciones.
Alegres y regocijados se hallaban todos, lo mismo los del patio que los de la cazuela, con las sabrosas razones que pasaban en la escena, cuando a la puerta del teatro se oyó una gran voz que dijo: Don Rosendo, está entrando la Bella-Paula. El efecto que aquel inesperado grito produjo, fué inexplicable.
¿En qué piensas? le preguntó, golpeándole afablemente con la palma de la mano en la rodilla. ¡Psh!... ¡En tantas cosas!... ¿En muchas?... En muchas... ¿Alegres? Si fuera como tú... ¡Qué modelito! ¿eh? pues imitarlo: ¡no vayas a creer que con las personas ocurre lo que con los sombreros de señora!... ¡no!
Mientras tanto... ¡a vivir! Y vivió todavía algunos años, unas veces en Madrid, otras en las grandes ciudades del extranjero, hasta que al fin el administrador cerró este período de alegres prodigalidades enviando su dimisión, sus cuentas, y con ellas la negativa a seguir remitiendo dinero.
Palabra del Dia
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