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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Me había levantado muy agitado. El señor Laubepin, que había dado algunos pasos por el gabinete, me tomó del brazo. Perdón, joven me dijo, pero yo amaba á su madre de usted, la he llorado; perdóneme... Después, volviéndose á colocar delante de la chimenea: Voy á continuar añadió con el tono solemne que le es habitual. Tuve el honor y la pena de redactar el contrato matrimonial de su señora madre.
Conocía aquello: no era más que un trastorno moral que se reflejaba en el organismo. Calma y dulzura era lo que necesitaba. ¡Un trastorno moral! Eso es dijo la señora con voz áspera. Siempre que hablases con tanta verdad. Pepe vivía demasiado... agitado. Por fortuna, está en buenas manos y curará. La calma y la dulzura ya sabe él cómo se adquieren.
No, no me importa manifestó Lázaro, cuyas penas se recrudecieron en aquel momento; No me importa que me traten con desdén, que me aborrezcan todos, que me detesten. Yo no he nacido para otra cosa. Está usted muy agitado. ¿Y delante de mí se desespera usted de ese modo? dijo la devota con suave acento do reprensión. Perdóneme usted, señora; no sé lo que digo.
Las cepitas talladas de color rosa, que parecían flores, iban y venían sobre la mesa, tan pronto llenas como vacías. La temperatura subía en el comedor. El vaho ardoroso de la comida, el calor de los cuerpos, en los que empezaba la digestión, y lo agitado de las respiraciones, parecían caldear el ambiente.
Allá van, animosos y decididos, á dar su sangre por su fé, por el cristianismo, por la verdadera civilizacion del mundo, por la gloria del Criador, y á dejarse sepultar cadáveres desangrados en ese hondo rio, momentáneamente agitado y luego otra vez magestuoso y sereno.
Oh! el hombre es muy grande; y yo no querría otra cosa para convencer á los que niegan la ley del progreso, á los que dudan de la supremacía del hombre, á los que no tienen fe ni en Dios ni en el espíritu de la humanidad, no querría mas que hacerles dejar sus curules empolvadas, sus cátedras carcomidas por el tiempo, y traerles a la mitad del océano, donde este ser diminuto y débil como materia, este pigmeo armado de los rayos de Dios, que se llama el Hombre, se pasea tranquilo por en medio de un abismo agitado y terrible; fuerte por la posesión de una brújula, un cronómetro, un anteojo, y los resortes y las válvulas de una maquina de hierro que hace volar un barco sobre las ondas con la impunidad de la gaviota.
Sin duda estaba allí Clara cansada de esperarle, desconfiada de verle otra vez. Entró en el zaguán y subió la escalera tan agitado y palpitante, que al llegar á la puerta se detuvo porque apenas podía respirar.
Doña Manuela, al ver a su antiguo dependiente, se ruborizó, como si éste pudiese adivinar los pensamientos que la habían agitado poco antes. El señor Cuadros mostrábase gozoso y radiante, como si le alegrase la noticia que en el patio le había dado Nelet. ¿Conque había muerto el caballo? Vamos, ahora se explicaba por qué iban aquella tarde a pie por la Alameda.
El estado del pobre niño inspiraría compasión a una fiera. Pálido el rostro como la cera y descompuesto, los ojos extraviados por el terror, los labios amoratados, las manos trémulas, todo su cuerpecito agitado por un intenso temblor, parecía realmente que iba a exhalar el último suspiro. Ya no hablaba, ya no imploraba como antes.
No es nada, he estado un poco enfermo. ¿Y por qué no has venido a nuestro lado para hacerte cuidar? Es muy mal hecho. ¿No soy ya tu madre? Juan envió a la señora Aubry una sonrisa de ternura; luego, deseoso de que no se ocupasen más de él, dijo: Usted me manifestó que el señor Aubry había estado muy agitado. Después que hemos hablado juntos, creo que se ha calmado.
Palabra del Dia
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