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Actualizado: 28 de junio de 2025


Sólo en su presencia Su propia desnudez el alma advierte, Su propia voz escucha la conciencia. Y pienso aún y con pavor medito Que del Silencio la insondable calma De los sepulcros es tremendo grito Que no oye el cuerpo y estremece el alma!

Vuelve los ojos y mira aquel cazador mentecato del gallo , que está ensillando su rocín a estas horas y poniendo la escopeta debajo del caparazón, y deja de dormir de aquí a las nueve de la mañana por ir a matar un conejo, que le costaría mucho menos aunque le comprara en la despensa de Judas . Y al mismo tiempo advierte cómo a la puerta de aquel rico avariento echan un niño, que por partes de su padre puede pretender la beca del Antecristo , y él, en grado de apelación, da con él en casa de un señor que vive junto a la suya, que tiene talle de comérselo antes que criallo, porque ha días que su despensa espera el domingo de casi ración . Pero ya el día no nos deja pasar adelante; que el agua ardiente y el letuario son sus primeros crepúsculos, y viene el sol haciendo cosquillas a las estrellas, que están jugando a salga la parida , y dorando la píldora del mundo, tocando al arma a tantas bolsas y talegos y dando rebato a tantas ollas, sartenes y cazuelas, y no quiero que se valga de mi industria para ver los secretos que le negó la noche: cuéstele brujeleallo por resquicios, claraboyas y chimeneas.

Déjanse de poner aquí los llantos de Sancho, sobrina y ama de don Quijote, los nuevos epitafios de su sepultura, aunque Sansón Carrasco le puso éste: Yace aquí el Hidalgo fuerte que a tanto estremo llegó de valiente, que se advierte que la muerte no triunfó de su vida con su muerte.

Exámen de la máxima «piensa mal y no errarásEl mundo cree dar una regla de conducta muy importante, diciendo «piensa mal y no errarás,» y se imagina haber enmendado de esta manera la moral evangélica. «Conviene no ser demasiado cándido, se nos advierte continuamente; es necesario no fiarse de palabras; los hombres son muy malos, obras son amores y no buenas razonescomo si el Evangelio nos enseñase á ser imprudentes é imbéciles; como si Jesucristo al encomedarnos que fuésemos sencillos como la paloma, no nos hubiera avisado que no creyésemos á todo espíritu, que para conocer el árbol atendiésemos al fruto; y finalmente como si á propósito de la malicia de los hombres, no leyéramos ya en las primeras páginas de la Sagrada Escritura que el corazon del hombre está inclinado al mal desde su adolescencia.

El alma en los ojos mira; Dellos la verdad advierte; Que, sin admitir espacio, Dijo mil veces que . ELVIRA. Sancho, no lloro por ti, Sino por ir a palacio; Que el criarme en la llaneza Desta humilde casería, Era cosa que podía Causarme mayor tristeza. Y que es causa justa advierte. SANCHO. ¡Qué necio amor me ha engañado! Vivid, mi necio cuidado; Que yo me daré la muerte.

En todo se admira la inmensa pequeñez de los hombres y el poder de Dios. Si reflexionáramos detenidamente lo poco que somos y valemos, siempre estaríamos prevenidos para recibir la muerte, porque cualquier accidente puede ocasionarla: no es así, sin embargo... ¡Oh! el orgullo humano es grande. El hombre no advierte lo que la Naturaleza le muestra constantemente; esto es, la realidad de lo eterno.

Por los dibujos así como por los tratados de construcción citados se advierte que eran las extremidades llenas, pero de mucho vacío en la popa, formada sobre un dormido cuya forma indica el diseño adjunto. La cuaderna maestra era muy llana desde la flotación hacia abajo y cerraba un poco de boca.

Tampoco el hombre "no" advierte del tiempo la brusca huida, ¡que al par que le da la vida, le va arrastrando a la muerte! Contemporáneo. Natural de la Pampanga. Lentamente se mustian mis pobres ilusiones Tristemente se mueren mis ensueños en flor... Y en todas mis endechas y en todas mis canciones Solo hay cantos de pena y quejas de dolor.

La profetisa Manto le indica el modo de dar con ella: le dice por qué sendas debe bajar al reino sombrío de Plutón, en las más hondas raíces del Olimpo, adonde ya bajó y de donde nunca volvió Orfeo; Fausto con no menos brío que Orfeo, y con mejor fortuna, desciende al Orco en busca de su amada. ACTO III. Aquí se advierte más aún el defecto de la realidad; lo frío de la alegoría.

Merced al raro privilegio que tiene su enfermedad no advierte el peligro: habla del porvenir, forja proyectos, traza planes, y su fantasía inventa las cosas más novelescas. »Jamás la he visto tan encantadora ni tan tierna y cariñosa para conmigo. Sólo me riñe porque no la ayudo a levantar castillos en el aire. »Hoy por la mañana me ha dado un susto muy grande.

Palabra del Dia

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