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Uno de sus admiradores, antiguo juez aficionado á las disquisiciones filosóficas, había hecho su diagnóstico. Tiene la enfermedad de muchos grandes hombres. Su peor enemigo es «la loca de la casa». Este era el apodo que el filósofo Malebranche había dado á la imaginación.

Contemplando los lienzos de Juan del Castillo y viendo aquel modo de ejecutar un tanto frío y académico, viene enseguida á la memoria la enseñanza que dió á Murillo, resaltando al punto cómo éste nada conservó de su maestro, y haciéndose de un estilo propio, con el cual fundó una escuela y del que tuvo tantos fervorosos admiradores.

Al mismo tiempo dijo con voz débil, como si acabase de sentir una repentina enfermedad: No puedo, amigos míos... Esta noche me es imposible... Otro día, tal vez... Volvió á insistir el grupo de admiradores, y la condesa repitió sus protestas con un desaliento cada vez más doloroso, como si fuese á morir. Al fin, los invitados la dejaron en paz, para ocuparse en cosas más de su gusto.

Ocurrió también que detrás de Nilo salía de la iglesia Tapas, uno de los zapateros ateos admiradores de Maravillas; pero muy devoto rezador al mismo tiempo, y hermano de la Orden Tercera de San Francisco.

No puede encontrar ya otros admiradores que ese monseñor y otros igualmente pedigüeños... Y yo, que soy su hija, la suplico como una mendiga para que me unas migajas con acompañamiento de sermones... ¡Ay, si no hubiese sido por tu madre! Esa que era una gran señora: nunca le lloré en vano; hasta me daba más que yo pedía. sabes indudablemente que le debo algún dinero.

Y como buen crítico que no se contenta con ver las piezas de lejos, quiso examinar de cerca á las artistas, confundióse en el grupo de los admiradores y elegantes, se introdujo en el vestuario donde se cuchicheaba y se hablaba un francés de necesidad, un francés de tienda, idioma que es muy comprensible para la vendedora cuando el parroquiano parece dispuesto á pagar bien.

Sentíase animado por una audacia que nunca había conocido y sus manos ardían de fiebre. Tal vez era la emoción que le producía su propio atrevimiento. Estaba resuelto a decidir su suerte aquella misma mañana. La fatuidad del hombre que se cree en ridículo y desea realzarse a los ojos de sus admiradores le excitaba, dándole una cínica audacia.

Y aquellos hombres de fe inquebrantable acogían como risueña esperanza las ambiguas palabras del banquero, prestándoles esto cierta energía para sobrellevar el golpe. A todos los admiradores de don Ramón les había alcanzado la derrota; pero quien más sufría era el señor Cuadros, que de un golpe veía desaparecer todas las ganancias de su vida de bolsista.

Por lo general, evitaba a Sofía; pero una tarde, cuando ella volvió a la escuela en busca de algo que había olvidado y no encontró hasta que el maestro se encaminó a su casa con ella, quizá trató de hacerse particularmente agradable, en parte, según imagino, para que su conducta añadiera hielo y amargura a los ya desbordados corazones de los platónicos admiradores de Sofía.

Después de haberse acabado la vida con sus esfuerzos en pró del bien espiritual de la humanidad, había convertido su manera de morir en una especie de parábola viviente, con objeto de imprimir en la mente de sus admiradores la poderosa y triste enseñanza de que, comparados con la Infinita Pureza, todos somos igualmente pecadores; para enseñarles también que el más inmaculado entre nosotros, sólo ha podido elevarse sobre sus semejantes lo necesario para discernir con mayor claridad la misericordia que nos contempla desde las alturas, y repudiar más absolutamente el fantasma del mérito humano que dirige sus miradas hacia arriba.