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Actualizado: 28 de julio de 2025
Rita, siempre animada y provocadora, lo era mucho con su primo, y no poco con los demás, pues don Pedro advirtió que a las miradas y requiebros de sus admiradores correspondía con ojeadas vivas y flecheras.
Vino después el regreso por las calles de la capital hasta palacio, y no dejé de oír algunos vivas al duque Miguel, quien, según me dijo después Tarlein, iba royéndose las uñas y como absorto en negros pensamientos, tan anonadado que hasta sus mismos admiradores convinieron en que debió haber mostrado menos desaliento.
Elena rió de sus temores, y hubo en su risa cierto desprecio, no pudiendo comprender tal pusilanimidad en un hombre fuerte. Déjeme que tenga mi corte. Necesito estar rodeada de admiradores, como les ocurre á los grandes artistas vanidosos. ¿Qué sería de mí si me faltase el placer de la coquetería?... Luego añadió, frunciendo el ceño y con voz irritada: ¿Qué otra cosa puedo hacer aquí?
Un coro de vociferaciones, grandes risas y aplausos sonó en la terraza del fumadero, y Maltrana, ansioso por conocer todo lo que ocurría en el buque, corrió hacia este sitio. Era Nélida, rodeada de sus admiradores y otras gentes que habían sido atraídas por el nuevo aspecto que presentaban algunos de aquéllos.
Dio sólo dos pases, ayudado por un capote que se mantenía a su lado, y de pronto, con celeridad de ensueño, como un muelle que se suelta del afianzador, lanzose sobre el toro, dándole una estocada que sus admiradores llamaban de relámpago.
Fingiendo ocuparse de la buena marcha del servicio, evolucionó Elena entre aquellos tres hombres que la seguían ávidamente con los ojos, mientras vacilaban las tazas en sus manos, derramando á veces su contenido sobre los platillos. Los tres admiradores intentaron repetidas veces conversar con ella; pero era tan hábil para repelerlos dulcemente, que acababan por dialogar con su marido.
Cuando la condesa tenía excitados los nervios por la infidelidad de alguno de sus jóvenes admiradores arrojaba escaleras abajo las camisas y calzoncillos del conde, ordenándole como una reina ofendida que desapareciese para siempre.
Su carne tal vez resultaba un poco blanda, á causa de su maravillosa blancura, pero esparcía un perfume fresco, «olía á agua corriente», según la expresión de sus admiradores. Una nariz demasiado ancha, cuyas aletas se agitaban en momentos de emoción con un estremecimiento caballuno, recordaba á su glorioso ascendiente el viril cosaco de la zarina.
Había que correrles, echándoles el dinero á las narices; así aprenderían á no ir otra vez con retos á los bilbaínos de las minas. La partida, el domingo al amanecer, fué casi una espedición triunfal. El Chiquito había salido el día antes con varios de sus admiradores para estar bien descansado en el momento de la apuesta.
Simoun desapareció, seguido de una multitud de admiradores. En aquel momento supremo su buen corazon triunfó, olvidó sus odios, olvidóse de Julî, quiso salvar á los inocentes y decidido, suceda lo que suceda, atravesó la calle y quiso entrar.
Palabra del Dia
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