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Actualizado: 5 de junio de 2025
Viéndole tan activo, tan solicito, tan poseído de su papel de amo, me acometió un deseo punzante, que con dificultad logré reprimir, de preguntarle: «Vamos a cuentas, amigo mío: yo no dudo que amases entrañablemente a tu padre; pero si por un movimiento libérrimo y absolutamente secreto de tu voluntad pudieses resucitarle para entregarle de nuevo ese título y esa gran fortuna que ahora posees, ¿lo harías? ¡No mientas! ¿lo harías...?» Después de esto le he tropezado muchas veces en sociedad, saludado, acatado por todo el mundo.
Extendió su muleta el espada, y la bestia acometió con sonoro bufido, pasando bajo el trapo rojo. «¡Olé!», rugió la muchedumbre, familiarizada ya con su antiguo ídolo y dispuesta a encontrar admirable todo cuanto hiciese. Siguió dando pases al toro, entre las aclamaciones de la gente que estaba a pocos pasos de él y viéndole de cerca le daba consejos. ¡Cuidado, Gallardo! El toro estaba muy entero.
Varias veces golpeó Gallardo el suelo con un pie para incitar a la bestia, y ésta, por fin, acometió blandamente, pasando apenas bajo la muleta, pues el torero se apresuró a apartarse con visible precipitación. Muchos se miraron en los tendidos. ¿Qué era aquello?... El espada vio a su lado al Nacional y algunos pasos más allá a otro peón de la cuadrilla, pero no gritó «¡Fuera too er mundo!»
A pesar de hallarnos en una de las noches más calurosas de agosto, sentí la frente cubierta de un sudor frío y vacilé como un beodo. Necesité apoyarme en la pared un instante. Luego, por un esfuerzo, mejor dicho, un sentimiento de amor propio, seguí resueltamente mi camino. Anduve a paso largo no sé cuánto tiempo por entre calles; no recuerdo cuáles. Sólo tengo una idea de que estuve en el muelle y que me apeteció arrojarme al agua. Entré en un café y me bebí unas cuantas copas de coñac. En lugar de contribuir a turbarme, el licor sirvió para despejarme y aclarar mis ideas. Al menos, esto me pareció entonces. Contemplé con decisión el suceso y reconocí al instante que había tenido la desgracia de caer en manos de una redomadísima coqueta. El lance no era nuevo. Esto mismo había pasado a muchos millares de hombres antes y pasaría después. Confieso que me acometió un vivo sentimiento de venganza, no por el acto en sí, sino por la forma grosera y humillante en que había sido llevado a cabo. De ella no podía tomarla, al menos por entonces. Pero de él, sí.
El Castillo ganado, la villa que era de Griegos sin defensa alguna se acometió luego, antes que los naturales pudiesen ponerse en resistencia, ni esconder su hacienda. Fué la presa riquísima, porque á mas del oro, y plata, y vestidos de precio que se ganaron, se tomaron tres Reliquias grandes que estaban en el castillo, empeñadas por los Turcos al Genovés Benito Jaqueria.
El mozo de Traiguerra que acometió a una vieja fea por suponerla el mismo demonio, después de oir un sermón de San Vicente, es absolutamente del mismo carácter que los posesionados del asuang referidos por el Sr. Villamor. ¿Y qué decir del patrocinio de San Isidro, invocado por los agricultores?
Un furor ciego le acometió. Borráronse de repente de su imaginación los aplausos de la noche anterior, los elogios del resto de la prensa; borráronse también todas las prosperidades que disfrutaba en este mundo, y en un instante se juzgó el hombre más desgraciado de la tierra.
43 Mas el centurión, queriendo salvar a Pablo, estorbó este acuerdo, y mandó que los que pudiesen nadar, se echasen los primeros, y saliesen a tierra; 44 y los demás, parte en tablas, parte en cosas de la nave. 3 Entonces Pablo habiendo recogido algunos sarmientos, y puéstolos en el fuego, una víbora, huyendo del calor, le acometió a la mano.
La tía llenaba la casa con sus intolerables sollozos, los demás también lloraban; yo sola no tenía lágrimas. Cuando a eso de las once, Marta exhaló el último suspiro, me acometió un acceso de locura furiosa. En este instante llego de casa de Roberto.
Poco después bajó una dueña, á quien había llamado la atención el que el escudero hubiese bajado á abrir y no hubiese subido. El bufón la acometió por detrás, la hizo otra tragantona con la toca y la ató de igual modo que al escudero, valiéndose de la correa del hábito de la dueña.
Palabra del Dia
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