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Actualizado: 5 de junio de 2025
Acometió por un lado al elefante y logró derribar a su cornac hiriéndole de una estocada. El elefante se revolvió contra Morsamor y le asió también con la trompa.
Y así, acometió a su presunción con las alabanzas de su hermosura, porque no hay cosa que más presto rinda y allane las encastilladas torres de la vanidad de las hermosas que la mesma vanidad, puesta en las lenguas de la adulación. En efecto, él, con toda diligencia, minó la roca de su entereza, con tales pertrechos que, aunque Camila fuera toda de bronce, viniera al suelo.
¡Señor! gritó. ¿Ha aceptado usted mi hospitalidad para venir a envenenarme la casa?... ¿No sabe usted que ese nombre maldito no debe pronunciarse aquí? ¿No sabe usted que yo maldigo a ese bribón hasta en su tumba? ¿que maldigo a su progenitura, que maldigo a todos los que...? No pudo continuar; se ahogaba, y le acometió un violento acceso de tos.
Aquel traqueteo de herramientas y bullir de obreros y acopiar de materiales, no se había soñado jamás en aquel pueblo, donde no se labró una casa ni acometió una obra que pasara de levantar un «jastial», o reponer unos cabrios, o enderezar una cumbre, en cuanto alcanzaba la memoria de los más viejos.
Nada, nada, que el niño está mejor, que se salva repitió el artista cada vez más exaltado. Si le estoy viendo, si no me puedo equivocar.» Isidora se dispuso á salir, con parte del dinero, camino de la casa de préstamos; pero al pobre artista le acometió la tos y disnea con mayor fuerza y tuvo que quedarse.
Sin embargo, el elixir de amor que gota a gota iba dejando caer Clementina en sus labios, llegó al fin al corazón. Cuando menos lo pensaba se encontró enamorado, loco. Pero al tiempo que hizo este descubrimiento le acometió una vergüenza inmensa; pensó que jamás tendría el valor de declarárselo.
¡Muy bien! dijo á otros sudamericanos que ocupaban las mesas inmediatas . Hay que reconocer que han estado muy gentiles. Luego, con la vehemencia de sus veintisiete años, acometió en el antecomedor al joyero, echándole en cara su mutismo. Era el único ciudadano de Francia que iba á bordo. Debía haber dicho cuatro palabras de agradecimiento. La fiesta terminaba mal por su culpa.
Mientras mas recia estaba la refriega, doblado esfuerzo mostraban los de á pie, que aunque heridos i con mas heridas de refresco, no curaban de apretárselas por no pararse á ello; pues el coraje de los enemigos no daba lugar mas que para matar ó morir. En esto Taric llegó al carro bélico, en que iba Rodrigo, lo acometió desaforadamente, i pasó de una lanzada el pecho del rei.
Y entonces el maestro sacó la daga y dijo: "Yo no sé quién es Angulo, ni Obtuso, ni en mi vida oí decir tales hombres; pero con ésta en la mano le haré pedazos." Acometió al pobre diablo, el cual empezó a huir, dando saltos por la casa, diciendo: "No me puede herir, que le he ganado los grados del perfil." Metímoslos en paz el huésped y yo y otra gente que había, aunque de risa no me podía mover.
Herido su amor propio, acometió ciego a la res y quiso clavarle las banderillas a todo trance; el toro, que no se había movido, le enganchó por debajo del brazo y lo echó al aire. Sonó un grito de horror en la plaza. Las cuadrillas enteras se arrojaron sobre el animal, tratando de llevárselo; pero inútilmente.
Palabra del Dia
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