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El P. Sibyla ni le miraba siquiera; le dejaba bufar; el P. Irene, más humilde, procuraba escusarse acariciando la punta de su larga nariz. S. E. se divertía y se aprovechaba, á fuer de buen táctico como se lo insinuaba el canónigo, de las equivocaciones de sus contrarios.

Dejaba trascurrir el tiempo tumbado sobre el césped mirando pacer el ganado ó acariciando distraído la cabeza del mastín. Por fin llegó el otoño. El tío Goro retiró sus vacas. Nolo no pudo resistir más.

Dios te oiga... Se me arranca el alma de verte penando... con un hombre que no quieres... ¡qué traspaso! Chavala querida, muérete, y vente conmigo. Verás qué bien vamos a estar las dos allá. ¡Porque te quiero tanto...! Dame un abrazo, hija, y muérete conmigo. No lo digas mucho balbució Fortunata conmovidísima, acariciando a su amiga . Bien podría ser que me muriera pronto.

Bueno prosiguió, acariciando la rubia cabeza de la niña, ya estás perdonada, pero ¡cuidado con hacer maldades! Vete abajo y pídele un beso a Concha. La niña, al oír estas palabras, se puso densamente pálida, permaneció inmóvil algunos momentos, y al fin se dirigió a la puerta con paso vacilante.

El presidente del Casino en tanto, acariciando con el deseo aquel tesoro de belleza material que tenía en los brazos, pensaba.... «¡Es mía! ¡ese Magistral debe de ser un cobarde! Es mía.... Este es el primer abrazo de que ha gozado esta pobre mujer». ¡Ay , era un abrazo disimulado, hipócrita, diplomático, pero un abrazo para Anita! ¡Qué sosos van Álvaro y Ana! decía Obdulia a Ronzal, su pareja.

El grave tono y suave firmeza con que subrayó estas palabras la sosegaron, como a menudo lo hacía en otros tiempos. Acariciando su delgada mano, dijo después de un corto intervalo: ¿Te ha escrito alguna vez Carolina? , en dos ocasiones, dándome las gracias por algunos presentes; no eran más que cartas de colegiala añadió impaciente, contestando a la interrogadora mirada de Juan Príncipe.

Parecía haber recobrado su enérgica voluntad, y pudo mirar largo rato á su acompañante, sin sentir miedo. Luego añadió con voz fosca: ¡Mejor habría sido no vernos nunca! Quedaron los dos en largo silencio. Elena parecía haber olvidado la existencia de aquella botella que continuaba acariciando maquinalmente con sus dedos. La curiosidad del español pugnó contra este mutismo. ¿Qué fué de Moreno?...

Don Quijote que enloquece acariciando una ilusión. ¡Corazón, fiel corazón. del gran Rey Alfonso Trece! .................................................. Y ha vivido la paloma de plumaje alabastrino en el fondo de ese pecho que es más fuerte que el destino. Ha cesado la matanza, han callado los cañones, y la voz de las naciones la reclama una vez más con promesas de bonanza. La paloma no se mueve.

Y mientras venía la hora de coger el último tren de las minas, se había dicho: «Vamos á echar un párrafo con el ingenierito y de paso veré el gran feudo industrial de mi primo....» Acariciando con amistosas palmadas á Sanabre, le decía con tono malicioso: Desde el día del santo de Pepe que no te había visto. Cuántas cosas han pasado desde entonces ¿eh?... Parece que todo va bien.

Apagaba la luz y se iba. Anita lloraba sobre la almohada, después saltaba del lecho; pero no se atrevía a andar en la obscuridad y pegada a la cama seguía llorando, tendida así, de bruces, como ahora, acariciando con el rostro la sábana que mojaba con lágrimas también. Aquella blandura de los colchones era todo lo maternal con que ella podía contar; no había más suavidad para la pobre niña.