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Actualizado: 2 de octubre de 2025
Pues si lo soy, adorad a esta mujer que es mi alma y sin la cual no puedo vivir. El afecto que me tengáis a mí, partidlo para que también sea de ella». Y lo haría, a ser posible, tal como lo digo. Loco... nene adorable decía ella cubriéndole la cara de besos, acariciando la negra barba con su boca suave y estremecedora.
Levantose el viento con fuerza, sacudió las celosías y agitó las blancas cortinas de un modo fantástico; luego, una niebla gris se deslizó suavemente por encima de los tejados, acariciando las paredes barridas por el viento y envolviéndolo todo en luz incierta e imponente quietud...
Y ha hecho usted muy bien, papá, pues si le prohibiesen quererme amaría a mi prima y entonces yo sucumbiría de pena. ¿Quién habla de morir, hija, mía? dijo el doctor acariciando sus manos. No pienses en esas cosas que me causan tristeza, pues aunque sé que no las dices de veras, me parece, cuando te oigo hablar así, que estoy viendo a un niño jugando con un arma envenenada.
Cuando Febrer miró otra vez hacia el cobertizo, ya no vio al herrero. Esta ausencia le hizo requerir la escopeta, acariciando sus llaves. Indudablemente iba a salir con un arma, cansado de aguantar esta provocación muda que venía a buscarle en su propia casa. Tal vez iba a disparar por alguno de los ventanucos que daban luz a la negra vivienda.
Ningún corderito de ocho días sigue á su madre con más afán que yo te seguiría. ¿Balando y todo? Balando también respondió el tonsurado después de titubear un instante. Pues principie usted ahora, á ver cómo lo hace. ¡Oh, qué mala! ¡qué mala eres, Florita! exclamó acariciando al mismo tiempo con la punta de su látigo la mejilla de la joven. ¿Vas al río? Al río voy.
¿Por qué? ¿Yo no he sido joven también y no he tenido novios? ¡Pobresita! añadió, acariciando la cabeza de su hija . ¿Tenías miedo de verdá a tu mamita?... No, hija, no; siendo el novio una persona regular..., y el señor lo es..., no hallo motivo... No sé por qué este señor ha dejado de venir a casa... Lo he sentido mucho... Pero, en fin, cuando él lo ha hecho, sus rasones tendrá.
Espronceda, en una de sus más populares composiciones, se nos presenta en una orgía bebiendo vino, acariciando a cierta dama a quien dirige más insultos que piropos, y mostrándose desesperado, negándolo todo, sin creer y sin esperar nada sino la paz de los sepulcros; pero el poeta nos indica en seguida la causa de tanto mal y nos deja turulatos.
Mandóle entonces abrir de par en par las dobles puertas de ambas ventanas, y la luz entró a torrentes y el aire fresco a raudales, juguetón como un niño, acariciando los blancos cabellos del enfermo, trayéndole, como un nietecillo cariñoso sus presentes, el olor a búcaro de la tierra cubierta de rocío, el sano perfume de las montañas, el alegre trinar de los pájaros, el solemne acento de la campana de la iglesia, que parecía repetir en su oído como una amorosa voz de lo alto: ¡Ven! ¡Ven!... ¡Qué necios temores los suyos! ¡Qué espantos tan ridículos los de la noche! ¡Morir! ¿Quién piensa en morir cuando nace el día, y sube el sol por el azul de un cielo tan bello, y se divisan a lo lejos las montañas verdes, floridas, doradas por resplandores tan alegres y risueños?...
¡Pobre Rosa! exclamó acariciando la mano de la aldeana. Te he causado mucho daño... perdóname... ¿Por qué?... Usted no ha tenido ninguna culpa, D. Andrés: he sido yo. ¿Quién me mandaba hacer caso de usted? ¿No sabía demasiado que usted no podía ser para mí?
No, no; tienes la cara encendida como una amapola, añadió el viejo acariciando la cabeza del niño y antes de comer conviene que descanses un poco. Vaya, échate en el sofá con las manos cruzadas debajo de la cabeza: esa postura es muy higiénica. Yo voy a hacer lo mismo en esa mecedora.
Palabra del Dia
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