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En cambio acaricia la pretensión de que los demás sean rumbosos, y quiere que papá regale o malvenda a unas monjas un terreno que posee fuera de la Puerta de Bilbao. No puedes imaginar las recomendaciones y empeños que andan buscando. ¡Figúrate! ¡A papá con esas! Papá dice que la de Astorgüela es muy mala y que la devoción la hace peor.

Y Maltrana contempló al bondadoso patriarca con una admiración irónica. De vez en cuando se da cuenta de que existe su hija, y la acaricia bondadosamente. La madre, con el buen sentido que ha podido salvar de la oleada de grasa que invade su cuerpo, llama la atención de su marido sobre la conducta de Nélida.

Uno tiene puesta la nuca en el borde del diván y los pies en una butaca, otro se retuerce con la mano izquierda el bigote y con la derecha se acaricia una pantorrilla por debajo del pantalón; quién se mantiene reclinado con los brazos en cruz; quién se digna apoyar la suela de sus primorosas botas en el rojo terciopelo de las sillas.

La naturaleza tiene en cada hora sus encantos distintos, porque en cada una tiene sus misterios de vida y amor, según el modo como la acaricia esa maga divina que se llama la Luz. Así, nosotros teníamos avidez de admirar, tanto en las últimas horas de la tarde como en las primeras de la mañana.

Pondré la luna en cenit, para que caiga de lleno sobre el lomo del monstruo, y me permita simular con líneas de luz en las partes salientes los edificios de París más famosos. Y mientras la luna le acaricia el lomo, y se ve por el contraste del perfil luminoso toda la negrura de su cuerpo, el monstruo, con cabeza de mujer, estará devorando rosas.

Lo que yo he hecho por usted... no creí nunca poder atreverme a hacerlo.... Usted no sabe lo que es, no ha de saberlo nunca, porque me da vergüenza decirlo.... Yo soy muy desgraciado; nadie me ha querido nunca, y yo no le encuentro sustancia, verdadera sustancia, a nada de este mundo más que al cariño.... Si me gusta la música tanto es por eso, porque es suave, porque me acaricia el alma; y ya le he dicho a usted que su voz de usted no es como las demás voces; yo no he oído nunca y va de nuncas una voz así; las habrá mejores, pero no se meterán por el alma mía como esa; otros dicen que es pastosa... yo no entiendo de pastas de voces; pero eso de lo pastoso debe de ser lo que yo llamo voz de madre, voz que me arrulla, que me consuela, que me da esperanza, que me anima, que me habla de mis recuerdos de la cuna... ¡qué yo!, ¡qué yo, Serafina!... Yo siempre he sido muy aficionado a los recuerdos, a los más lejanos, a los de niño; en mis penas, que son muchas, me distraigo recordando mis primeros años, y me pongo muy triste; pero mejor, eso quiero yo; esta tristeza es dulce; yo me acuerdo de cuando me vacunaron; dirá usted que qué tiene eso que ver.... Es verdad; pero ya le he dicho que yo no hablar.... En fin, Serafina, yo la adoro a usted, porque, casado y todo... no debía estarlo.

Pecho contra pecho, sus cabellos ruedan como una onda sobre el cuello de Juan, y su respiración tibia le acaricia el rostro. ¡Adelante, adelante, cada vez más lejos, aunque las fuerzas le falten, hasta el fin del mundo!... Siente palpitaciones violentas, un velo rojizo se extiende delante de sus ojos, le parece que va a caerse y a entregar el alma. ¡No importa!... ¡más lejos, más lejos siempre!

Ya habrás visto que son las más cuidadas. ¿Qué es lo que puede faltarles? ¿Carecen por ventura de algo que puedan poseer sus compañeras? ¿No disfrutan como ellas de la vista del cielo? ¿No las acaricia el sol del mismo modo? Me dirás que eso es al través de los cristales, pero cuenta también que éstos las resguardan del viento y de la lluvia, que tronchan las demás flores.

A los portales de la calle de San Fernando vamos á llevar á nuestros lectores. En una de las tiendas, mejor dicho cajones, está nuestro tipo. Pepay, sentada en el pequeño mostrador, observa á los transeúntes al par que con una mano acaricia un fardo de diversas y pintarrajeadas telas, y con la otra perezosamente da vueltas á un pequeño listón de narra que le sirve de medida.

Ahí quedaban: la tumba de mi padre, las tradiciones de familia, la ceniza del hogar, las dulces memorias, los caprichos y los locos amores de la juventud, los amigos, la fortuna, la libertad, el aire, el cielo, los mil rumores vagos y confusos, y todo ese adorable conjunto de impresiones y sueños, de pesares y recuerdos, de infortunios y dichas, que se llama la Patria!... Todo eso quedaba atras, como sepultado en un panteon cuya portada era Honda! ¿Y adelante?... Lo vago y desconocido, lo infinito y maravilloso; eso que el corazón acaricia en sus sueños de esperanza, y que la duda cubre con sus sombras cuando el viajero se dice: ¡quién sabe!