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Actualizado: 25 de junio de 2025


Y de un salto, el músico llegó hasta el busto, besándolo con humildad infantil, como un niño acaricia al padre ceñudo e imponente.

Chateaubriand decia muy bien: el mismo bronce, la ruda campana, nos inspira cierta melancolía dulce y religiosa, cierto éxtasis indefinible, cuando es intérprete de los sentimientos cristianos. La poesía cristiana no nos ofusca, no nos arrebata; nos llama, nos atrae, nos acaricia: no nos seduce; nos persuade; no nos alucina, nos duerme.

Ese acariciador contacto de un brazo femenino, esas delicadas atenciones que tanto se asemejaban a la ternura y se parecían a la indulgencia con que se trata de consolar a un niño, acrecieron todavía en Delaberge su interno sufrir: «No soy para ella nada pensaba; me acaricia lo mismo que se hace con un anciano...»

Las galleras, por lo general, se encuentran llenas de concurrentes. El indio entra con su gallo bajo el brazo, le acaricia y le coloca en el suelo, le vuelve á coger, le acaricia con la mano, le dirige la palabra, le echa el humo de su cigarro, le estrecha contra su pecho, y por fin le dice que pelee con bravura. El gallo generalmente entonces canta como con orgullo y desafiando al enemigo.

Parecía un perro bueno, un perro humilde que acaricia á un transeunte para que le lleve con él. «Franzosen... FranzosenNo sabía decir más, pero se adivinaba en sus palabras el deseo de hacer comprender que había sentido siempre gran simpatía por los franceses.

Nosotros somos los espíritus del mar, y le damos movimiento. »Verdad es que no se nos muestra ingrato, pues nos sustenta con oportunidad, y con igual exactitud nos acaricia la cálida luz, nos engalana con sus ricos colores. Somos los mimados del Altísimo, sus obreros favoritos, que nos ha señalado la tarea de bosquejar sus mundos.

El círculo inmenso que á la vista se presenta por momentos se reduce. El marino entonces, cual el autor de los Tristes encomendaba al Noto, murmurase una súplica al oído de Augusto, deposita en el céfiro que acaricia la lona de su ligero buque un pensamiento que generalmente dice ¡para ella! Este ¡ella! sintetiza toda una poética historia.

La niña simple se sienta al piano; Orsi coge el violoncello, y lo limpia, y lo acaricia, y arranca de él agudos y graves arpegios. Luego se hace un gran silencio. El piano preludia unas notas cristalinas, lentas, lánguidas.

Esta tarde, en el despacho, ante el huerto florido, Verdú iba y venía como siempre con su paso indeciso. En un rincón, inconmovible, eterno, don Víctor calla y se acaricia sus barbas blancas. Y Azorín contempla extático al maestro.

Cuando se acaricia los labios con su lengua de gata, es capaz de saltar por encima del vengador de la Pampa que tanto miedo le infunde. Otra vez los ojos negros de la madre, ojos abultados y dulces, que recordaban la mirada lacrimosa de los llamados andinos, se fijaron en la hija con una severidad titubeante. «¡Nélida!», volvió a gritar.

Palabra del Dia

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