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Algunos se habían librado de este encierro torturante y marchaban descalzos, con los pesados borceguíes pendientes de un hombro, dejando en el suelo manchas de sangre. Pero todos, abrumados por una fatiga mortal, conservaban sus armas y sus equipos, pensando en el enemigo que estaba cerca. La liberalidad de Desnoyers produjo estupefacción en muchos de ellos.

Sonaron pasos en las habitaciones inmediatas, abriéronse puertas con estrépito: oíanse las voces y la respiración jadeante de varios hombres, como si marchasen abrumados por un gran peso. No es nada... un coscorrón. No tienes sangre. Antes de que acabe la corrida estarás picando.

De pronto empezó á arder el pueblo por los cuatro costados; los heroicos defensores, abrumados por el número tuvieron que retirarse; cesó la resistencia, y entonces, ¡oh, entonces! aquella masa de ochocientos foragidos que capitaneaba Ivonet en persona, entregose á las delicias del triunfo! La escena que se desarrolló en La Maya no es para descripta.

Aquel enjambre de proyectiles é instrumentos de muerte, en medio de tanta verdura artificial, de tantas flores y perfumes, y árboles frutales, y fuentes de aguas saltadoras, y puentecitos rústicos, y estatuas y arcos y muros abrumados de enredaderas y pámpanos; aquellas fortalezas y fragatas amenazantes, en presencia de un golfo bellísimo y bajo un cielo admirable de oriental hermosura; aquel silencio traidor de tantas bocas de hierro y bronce, abiertas sobre las murallas y prontas á vomitar ondas de fuego sobre las verdes ondas del golfo, mientras que en la ciudad todo era bullicio y animacion mercantil; todo formaba un conjunto de contrastes que hacia meditar con tristeza ó reír de las locuras del mundo.

Los dos jinetes sentían la honda emoción de una expectativa trascendental, temerosos de las consecuencias de una repentina resolución de los nobles brutos, y abrumados también por la actitud de intensa curiosidad con que eran observados por Baldomero, Hipólito, José, Águeda, el caballerizo, Juancito, los perros, las vacas y hasta las palomas que sobre los tirantes del techo inclinaban sus cabecitas como para mirarlos mejor.

Tendrás razón, hijo; aquí nadie se mueve; todos viven como cansados, como abrumados de fastidio. Saliste bien de tus exámenes, ¡ya lo sabemos! Nos lo dijo Ricardito Tejeda la noche que vino a visitarnos. El pobrecillo te quiere mucho. Nos contó que tenías mucho miedo.

Era en la tarde, después del almuerzo, cuando desaparecían muchos pasajeros, adormecidos y abrumados por el calor, buscando continuar la siesta en el camarote bajo el soplo de los ventiladores.

Niños y mujeres del pueblo pasaban también, cargados de coronas fúnebres baratas, de cirios flacos y otros adornos de sepultura. De vez en cuando un lacayo de librea, un mozo de cordel atravesaban la plaza abrumados por el peso de colosal corona de siemprevivas, de blandones como columnas, y catafalcos portátiles.

Mercaderes de Ofir, buhoneros de Damasco cruzaban a toda hora las puertas anchurosas, y ostentaban en competencia, ante las miradas del rey, las telas, las joyas, los perfumes. Junto a su trono reposaban los abrumados peregrinos.

El coche emprendió la marcha carretera de El Pardo arriba, y los esposos, con la cabeza reclinada en el paño azul de la tendida capota, se espiaban sin mirarse, como abrumados por la situación y sin atreverse uno de los dos a ser el primero en hablar. Ella comenzó. ¡Ah, la maldita!