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Adriana, que no había mirado a Julio una sóla vez, declaró a Laura que su casamiento no era un chisme, que se habían ya unido civilmente y que era ésta, por otra parte, la única solución que convenía. Laura se incorporó, la miró con un gesto de sorpresa; una sombra de fastidio pasó sobre su cara adelgazada por la enfermedad y que parecía, más que nunca, tallada en fino marfil.

Veíanse soberbios plátanos de espléndido ramaje con sus anchas hojas erizadas de picos; magníficos olmos de oscura copa tallada en punta como las agujas de las catedrales, y formada de espesísimas y menudas hojas; grandes y robustos castaños de aspecto patriarcal, exuberantes de salud y frescura; al lado de éstos ostentaban los abedules sus blancos y delicados troncos.

Adornando el puente de su galera llevaba tres esmeraldas enormes, valuadas en más de cien mil ducados: una tallada en forma de flor, otra en forma de pájaro y otra de campanilla, a la que servía de badajo una perla gruesa. Con él iban servidores que habían estado en tan lejanas tierras, adoptando sus extraños usos.

El organista empleaba pies y manos en sacar sonidos melodiosos de su viejo y rechinante armonium, y el suizo, con su uniforme de gran gala, contemplaba con admiración el altar de madera tallada en el que resplandecían todas las luces y que desaparecía bajo las plantas y las flores raras surtidas por las estufas de Candore.

En una de las frecuentes escapatorias al desván, Carmen había descubierto entre inservibles trastos la imagen tallada en madera de un Niño Jesús. Medía un palmo de altura, estaba desnudo y era una escultura tosca. La carita, atristada y borrosa, tenía unos ojos clementes, de los cuales habían resbalado a las mejillas unas lágrimas de muy dudoso arte.

La Virgen estaba ya de nuevo ocupando su camarín en el altar mayor, cuyo retablo, todo de madera tallada y dorada, subía hasta la cumbre del ábside, y era caprichoso y atrevido desate del estilo churrigueresco: complicado laberinto de retorcidos tallos, colosal hojarasca, frutas, armas, monstruos simbólicos y rosetones, por los cuales asomaban sus infantiles y aladas cabezas los ángeles y los serafines.

La casa del indio peruano era de mampostería, y de dos pisos, con las ventanas muy en alto, y las puertas más anchas por debajo que por la cornisa, que solía ser de piedra tallada, de trabajo fino. El mexicano no hacía su casa tan fuerte, sino más ornada, como en país donde hay muchos árboles y pájaros.

Marcharon lentamente, con una placidez igual á la del sereno crepúsculo. Al salir de los jardines hicieron un alto frente al Museo. ¡Volver por el mismo camino!... Miguel descubrió á un lado del edificio una escalinata rústica tallada á trechos en la roca y completada en las oquedades con peldaños de ladrillos.

También recordaba ahora, como si los tuviera presentes ante sus ojos, algunos objetos del salón; así una mesita de caoba tallada, incrustada en los bordes con dibujos de nácar, luego dos grandes candelabros de cobre que figuraban dragones fantásticos, y una jarra de alabastro, sobre la cornisa de la chimenea, con pomposas flores de terciopelo lila.

Y á estos pueblos pertenecen quizá los curiosos objetos de piedra tallada con formas animales que se han descubierto desde el Istmo hasta el Amazonas y Provincia de Córdoba en la República Argentina. Quizá tambien podamos referir al mismo pueblo las inscripciones citadas, pintadas ó labradas en las rocas hasta el Estrecho de Magallanes, de las que posee el Museo un centenar de facsímiles.