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Buenos días, señor arroyo dijo Meñique; ¿no está cansado de vivir tan solito en su rincón, manando agua? Hace muchos años, hijo mío, que estoy esperando por ti respondió el arroyo. Pues aquí me tiene dijo Meñique.

Es decir, quererme..., no..., aunque , como se quiere al primero..., la novedad, la sorpresa, el despertar de los sentidos..., pero yo buscaré modo de darle a entender que no me ha engañado. ¡Cómo se habrá reído de ! Aunque no sea más que un cuartito de hora tengo que hablar con ella y decirle: ¿Conque me querías tanto..., estabas loquita..., a solito?... ¡Embustera!

¿Qué buscas aquí, niña? dijo con enfado a Isabelita que iba, como de costumbre, a meter su hocico en todo . Vete a acompañar a papá, que está solito. Encerrose en el Camón para evitar indiscreciones, y allí arrugaba el papel, dejándolo como una bola. Luego lo estiraba, lo planchaba con la palma de la mano, hasta que los repetidos estrujones le daban la deseada flexibilidad.

Turbado por la inesperada presencia, no supo qué decir. Ella agradeció con una sonrisa esta confusión, considerándola como un homenaje a su bizarra hermosura, que hacía perder la calma a los hombres más graves. ¡Siempre solito!... volvió a repetir . Usted no quiere ser mi amigo... Le he mirado muchas veces, le he hablado... y nada.

A Solito. Allí horas, dos cigarros, y dos amigos. Se hace una segunda edición de la conversación de la calle de la Montera. ¡Oh! y felizmente esta semana no ha faltado materia. Un poco se ha ponderado, otro poco se ha... Pero en fin, en un país donde no se hace nada, sea lícito al menos hablar. ¿Qué se da en el teatro? dice uno.

815Bendito Dios!", pensé yo, "Ando como un pordiosero, y me nuembran heredero de toditas estas guascas. ¡Quisiera saber primero lo que se han hecho mis vacas!" 816 Se largaron, como he dicho, a disponer el entierro; cuando me acuerdo me aterro: me puse a llorar a gritos al verme allí tan solito con el finao y los perros.

Ensima de eso, el orguyo de yevar un ejérsito detrás de mis pasos, de verme yo, un hombre solito, gorviendo locos a mil que cobran del gobierno y gastan espada. El otro día, un domingo, entré en un pueblo a la hora de misa y detuve la yegua en la plaza, junto a unos ciegos que cantaban y tocaban la guitarra.

De pronto, en un descansillo, vio un niño jugando solito con unas cajas viejas de fósforos; representaba, poco más o menos, tres años, y se parecía, como una gota de agua a otra gota de agua, al chiquitín de quien iba Cristeta acompañada la tarde que se la encontró en el Retiro.

Y es claro, en cuanto quedaron sueltos los broches, el álbum se abrió solito por las páginas entre las cuales estaba el contrabando que pensaba Leto escamotear al ir pasando las hojas con la mano libre. La palidez del pobre mozo se trocó en carmín subidísimo. Nieves le miró entonces con una sonrisilla muy picante.

Cuando, a la puerta de un hotel, alguna viajera ávida de «color local» hablaba con los pequeños toreros, admirando sus coletas y el relato de sus heridas, para acabar dándoles dinero, Chiripa decía con tono sentimental: No le usté a ese, que tié mare, y yo estoy solito en er mundo. ¡El que tié mare no sabe lo que tiene!