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Se le llamaba «el cuarto de la plancha», porque, en efecto, allí se planchaba la ropa de la casa. Las paredes que no ocupaban los armarios estaban pintadas lisamente de blanco. Carmen entró como un huracán por la puerta gritando: ¡Señorita Marta, señorita Marta! ¿Qué sucede? preguntó ésta con sobresalto. ¡Que el Menino se ha escapado, señorita!

El comedor-alcoba fue Salón de columnas; la alcoba-guardarropa recibió por mote el Camón, de una estancia de Palacio que sirve de sala de guardias, y a la pieza interior donde se planchaba, se la llamó la Furriela. Para ir a su oficina, D. Francisco no tenía que salir a la calle.

Petra había cuatro criadas: dos, zagalonas aún, duras en el trabajo, de apretadas carnes y músculos de acero, las cuales eran de las que llaman por allá de cuerpo de casa, esto es, que servían para fregar, aljofifar, enjalbegar y tenerlo todo saltandito de limpio; otra, ya más granada, aunque moza también, que cosía, zurcía y planchaba la ropa, y otra que guisaba los más castizos y sabrosos guisotes de la tierra, y que sabía hacer almíbares, cuajados, pastelillos, arrope y gachas de mosto.

¿Qué buscas aquí, niña? dijo con enfado a Isabelita que iba, como de costumbre, a meter su hocico en todo . Vete a acompañar a papá, que está solito. Encerrose en el Camón para evitar indiscreciones, y allí arrugaba el papel, dejándolo como una bola. Luego lo estiraba, lo planchaba con la palma de la mano, hasta que los repetidos estrujones le daban la deseada flexibilidad.

No comprendía que un hombre tuviera que descender a estos oficios habiendo tantas mujeres en el mundo, y se informaba menudamente de las particularidades de la vida de colegio; cómo los trataban, qué comían, a qué hora se acostaban, quién les hacía las camas, les lavaba la ropa y se la planchaba; si los colchones eran duros o blandos, si bebían vino, cuántas veces a la semana les mudaban las toallas, etc., etc.

Mi hermana y yo nos criamos en su casa, ¡gran casa la de los señores de Pacheco! Personas muy ricas, no te creas, y mi madre era la que les planchaba. Por eso nos tiene tanta ley doña Guillermina, que siempre que me ve con miseria me socorre, y dice que mientras más mala sea yo más me ha de socorrer.