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La batata en polvo y las carnes de manzana, membrillo y gamboa, que toda cordobesa prepara, debieran ser conocidas y estimadas en las mesas de los príncipes y magnates. Con el mosto hace la cordobesa gachas, pan y arropes infinitos, ya de calabaza, ya de cabellos de ángel, y ya de uvas, aunque entonces toma el nombre de uvate y deja el de arrope.

El mosto que chorreaba débilmente caía con ruido de fuente escasa en los recipientes de piedra, y un largo tubo de cuero, semejante a una manga de incendio, lo tomaba de las pilas y lo conducía al fondo del lagar en donde el sabor azucarado de las uvas aplastadas se convertía en olor a vino y en cuya proximidad era la temperatura muy alta.

Era la época de la vendimia, y el vino estaba poco menos que de balde, porque necesitaban desalojar las tinajas para dar cabida al mosto, que era aquel año abundantísimo. Así es que el convoy pasaba, según la expresión de Seudoquis, por una calle de borracheras. A cada instante hallaban grupos jaleadores; oíanse dicharachos, cantorrios y pendencias.

Acaeció que llegando a un lugar que llaman Almorox, al tiempo que cogían las uvas, un vendimiador le dio un racimo dellas en limosna, y como suelen ir los cestos maltratados y también porque la uva en aquel tiempo está muy madura, desgranábasele el racimo en la mano; para echarlo en el fardel tornábase mosto, y lo que a él se llegaba.

No hay allí rostro amenazador ni mirada torva; aquellos hombres pueden haber estado por graves delitos remando en las galeras, acaso sean salteadores de caminos; pero en aquel momento el regalo les ha hecho mansos: están pacíficos, contentos, saboreando la deleitosa embriaguez que en lugar de excitarles a la pendencia o el delito parece que les abstrae, aislándolos del mundo como si en él no hubiera nada digno de preocuparles, ni gloria, ni codicia, ni lascivia, cuyo gusto pueda compararse a la sensación gratísima que les causa el mosto al resbalar por el gaznate.

¡Anda, tinaja, cuba, mosquito! ¡Toma, toma, para que vuelvas otra vez, pellejo, odre! ¡Ve a dormir la mona, cuero! ¡A la taberna con tus huesos, larpán, tonel de mosto! ¡A la cárcel, borrachos, a vomitar lo que tenéis en esas tripas! Limpia estaba la calle; más limpia ya que una patena: silencio profundo había sustituido al vocerío, a los mueras y a la cencerrada feroz.

Veíase aquí á dos religiosos cuyas manos y antebrazos teñía de rojo el mosto; más allá otro, anciano y robusto, llevaba al hombro el hacha con que acababa de cortar grandes haces de leña; seguíale el hermano esquilador, cuya ocupación denunciaban las enormes tijeras que llevaba colgadas al cinto y las vedijas de lana adheridas al sayal.

No estaba ociosa Juana ni carecía de conveniente habilidad para emplearla en la estación de la vendimia. Sus arropes no tenían rival en toda aquella provincia, y lo mismo puede decirse de sus excelentes gachas de mosto.

Estaban ebrias, no del escaso mosto, sino del vaivén y mareo de la romería, de los colores chillones, de los sonidos discordantes: sólo la sordo-muda permanecía indiferente, con su límpida mirada infantil. La casualidad proporcionó a las briosas mozas un desahogo que tuvo mucho de cómico y pudo tener algo de dramático.

Ya mi tío estaba tal, que alargando la mano y asiendo una, dijo con la voz algo áspera y ronca, el un ojo medio acostado y el otro nadando en mosto: -Sobrino, por este pan de Dios que crió a su imagen y semejanza, que no he comido en mi vida mejor carne tinta.