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Cada cual sabía de antemano el sitio que debía ocupar. Asimismo, Hullin dio orden a Piorette, a Jerónimo de San Quirino y a Labarbe de que le enviaran sus mejores tiradores.

El sendero de las colinas de San Quirino es el más corto dijo Frantz para ir al «Encinar»; por lo menos, adelantaremos tres cuartos de hora. exclamó el doctor , pero nos exponemos a ser detenidos por los kaiserlicks, que han tomado ya el desfiladero del Sarre. Mirad, son dueños de las alturas; sin duda han enviado destacamentos hacia el Sarre-Rojo para rodear el Donon.

Diez minutos después llegaba el trineo a la linde de estos bosques, y el doctor Lorquin, volviéndose sobre la silla del caballo, preguntó: ¿Qué hacemos ahora, Frantz? Este es el sendero que se dirige a las colinas de San Quirino, y este otro el que baja al Blanru. ¿Cuál tomamos? Frantz y los hombres de la escolta se aproximaron.

Unos a otros se miraban, se besaban, y cada vez que llegaba algún vecino de Abreschwiller, de Dagsburgo o de San Quirino se repetían tales manifestaciones de afecto. Marcos Divès se vio obligado a contar más de veinte veces la historia de su ida a Falsburgo.

El propósito del enemigo de atravesar las llanuras de Alsacia para caer de improviso sobre los desfiladeros había sido adivinado por todos. La campana de Dagsburg, de Abreschwiller, de Walsch, de San Quirino y de las demás aldeas no cesaban de tocar alarma.

¡Ah! se oía exclamar en diversos sitios ; no hemos venido aquí para chamuscarnos la planta de los pies. Es hora de hablar, de ponernos de acuerdo. ¡, ; pongámonos de acuerdo! ¡Nombremos los jefes! No; todavía falta mucha gente. ¡Ved cómo siguen llegando de Dagsburg y de San Quirino!

Media hora después, todos llegaron a la meseta de «El Encinar». Jerónimo de San Quirino se había retirado hacia la granja, y desde media noche ocupaba la meseta. ¿Quién vive? gritaron los centinelas al aproximarse la escolta del trineo. Somos nosotros, los de la aldea de Charmes, respondió Marcos Divès con voz tonante.

Que Materne, el padre; Labarbe, de Dagsburg; Jerónimo, de San Quirino; Marcos Divès, Piorette el ségare y Catalina Lefèvre entren en la fábrica. Vamos a deliberar. Dentro de un cuarto de hora o de veinte minutos daré las órdenes. Mientras tanto, cada aldea designará dos hombres para que vayan con Marcos Divès a buscar pólvora y balas al Falkenstein.

Algunos rescoldos brillaban aún en el hogar, y bajo la inmensa campana de la chimenea estaba sentado en la sombra Jerónimo de San Quirino, envuelto en un gran capote de estameña, con su barba rojiza terminada en punta, un grueso garrote entre las rodillas y la carabina apoyada en la pared. ¡Buenos días, Jerónimo! dijo la anciana.

Durante ocho días Hullin recorrió la sierra de un extremo al otro, de Soldatenthal al Leonsberg, a Meienthal, a Abreschwiller, Voyer, Loettenbach, Cirey, Petit-Mont y Saint-Sauver, y al noveno día fue a casa del zapatero Jerónimo de San Quirino. Juntos visitaron el desfiladero del Blanru, después de lo cual Hullin, satisfecho de su viaje, tomó, por último, el camino de la aldea.