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Por cierto que hubieron de escribirla con una pluma perversa del mayordomo, porque el Marqués escribía una carta cada año. Cargaron las pistolas y se salieron a buscar sitio. Manuel dijo el Marqués viendo a un criado que estaba plantando cebollín en uno de los cuadros de la huerta. Retírate. El criado le miró sorprendido. Que te retires, hombre repitió con más severidad. Vete a otra parte.

Hay que tener perseverancia y fe, esperar á que la libertad sus frutos y no condenarla desde el primer día. ¿No sería loco el que plantando un árbol le arrancara desesperado al ver que no echaba raíces, crecía y daba flores y frutos al primer día?" Es probable que el militar no empleara estos mismos términos; pero es seguro que las ideas eran las mismas.

El australiano, que no debía ignorar el efecto de las armas de fuego, retrocedió precipitadamente, y, plantando con resolución el chuzo en la arena, dijo: Pronto nos volveremos a ver. Después, dando un gran salto, se alejó a toda prisa, desapareciendo detrás de las rocas que rodeaban la bahía. ¡Que te devoren los perros salvajes! le gritó Van-Horn. ¿Volverá? preguntó Cornelio.

El maestro, plantando su muleta ante los ojos del toro, fue echando atrás tranquilamente con la punta de la espada los palos de las banderillas que le caían sobre el testuz. Iba a «descabellarlo». Apoyó la punta del acero en lo alto de la cabeza, buscando entre los dos cuernos el sitio sensible.

¡Milagro sería! exclamó la joven soltando a reír y apoderándose de aquella yerba y restregando con ella la cara de su marido . ¿Para qué has atravesado la mar? ¿Para qué has estado tantos años trabajando y metiendo en la hucha dinero? Hubieras sido tan feliz aquí comiendo ensaladas de pimientos, corriendo tras las ovejitas, plantando árboles... y metiendo puñados de tomillo en los bolsillos.

»Yo no sabía qué hacer ni qué decir. Le felicité por sus caudales y por sus honrados pensamientos, y traté de que no pasara de allí el asunto, aparentando creer que aquello era todo lo que el banquero tenía que decirme... Ocurrióseme también la idea de abreviar el suplicio dándome por entendida de la instancia y plantando en seco al exponente; pero ¿podía ser yo tan descortés con un hombre que no me había dado motivos para ello? ¿Y no me exponía también a que él me diera una lección, hasta de prudencia, afirmando que yo me curaba en sana salud, porque jamás había soñado con temeridades como la supuesta por ?

Las rosas Niel y las yedras, que plantó contra las paredes, guarnecen ahora las ventanas; no puedo abrirlas sin creer ver a María Teresa con sus delicadas manos llenas de tierra, plantando las enredaderas... ¡Qué buenos tiempos eran aquéllos! Ella tenía catorce años, veintitrés, yo veinte. ¡Qué dulce compañerismo nos unía entonces! ¡Y cómo nos trataba mi buena hermanita!