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Al salir otra vez al patio, donde continuaba la prueba de caballos, Gallardo vio separarse del grupo de espectadores a un hombre alto, enjuto y de tez cobriza, vestido como un torero. Por debajo de su fieltro negro asomaban unos tufos de pelo entrecano, y en torno de la boca marcábanse algunas arrugas. ¡Pescadero! ¿cómo estás? dijo Gallardo estrechando su diestra con sincera efusión.

Vivimos como poemos; pero lo que yo tenga es de él, y vamos tirando grasias a los antiguos amigos que arguna vez vienen de merienda o a jugar al mus, y sobre too grasias a la escuela. Gallardo sonrió. Había oído hablar de la escuela de tauromaquia establecida por el Pescadero cerca de su taberna.

Su rubicunda compañera, viendo que los dos toreros se marchaban, volvió a sentarse, con el frasco de vino confiado a su custodia. El Pescadero acompañó a Gallardo hasta el final de la calle. Adió, Juan dijo con gravedad . Puede que nos veamos mañana en la plaza. Ya ves en qué he venío a parar. Tener que comé de estos embustes y payasás.

Este se fijó en su cara y en una manga de su chaqueta, completamente vacía, que se arrollaba en el costado derecho. Yo creo que te conozco dijo el matador. Ya lo creo que le conoces interrumpió el Pescadero . Es el Pipi. El apodo hizo que Gallardo recordase inmediatamente su historia.

Chocaron los vasos del vino por la gloria del nuevo torero. Hasta Morito tomó parte en la fiesta, bebiendo en su nombre el granuja que le servía de aya. Antes de dos meses, mosiú dijo el Pescadero con su gravedad andaluza , está usté clavando banderillas en la plaza de Madrí como el mismísimo Dió, y se yeva usté toas las parmas, y too er dinero, y toas las mujeres... con permiso de su señora.

En un mismo día, al salir de paseo o de compras, cambiaba saludos más o menos afectuosos con la de Ruiz Ochoa, con la generala Minio, con Adela Trujillo, con un Villuendas rico, con un Villuendas pobre, con el pescadero pariente de Samaniego, con la duquesa de Gravelinas, con un Moreno Vallejo magistrado, con un Moreno Rubio médico, con un Moreno Jáuregui sombrerero, con un Aparisi canónigo, con varios horteras, con tan diversa gente, en fin, que otra persona de menos tino habría trocado los nombres y tratamientos.

Dentro de la tienda un mostrador de cinc, toneles y botellas, mesas redondas con taburetes de madera, y en los muros numerosas estampas de colores representando toreros célebres y los lances más salientes de la lidia. Tomaremos unos «chatos» de Montilla dijo el Pescadero llamando a un joven que estaba tras el mostrador y sonreía al ver a Gallardo.

¡De maestro, mosiú! gritó el Pescadero . Ese par es de primera. Y el extranjero, conmovido por el aplauso del profesor, respondió con modestia, golpeándose el pecho: hay lo más importante. Corrasón, mocho corrasón. Luego, para festejar su hazaña, se dirigió al paje de Morito, que parecía relamerse adivinando la orden. Que trajesen un frasco de vino.

Gallardo, contemplando su aspecto triste, recordaba al Pescadero que había conocido en su niñez, uno de los héroes más admirados por él, arrogante, favorecido por las mujeres, luciendo en La Campana, cuando iba a Sevilla, su calañés de terciopelo, la chaquetilla color de vino y la faja de seda multicolor, apoyado en un bastón de marfil con puño de oro. ¡Y así se vería él, vulgar y olvidado, si se retiraba del toreo!...

Lo he recogido, Juan continuó el Pescadero . Yo no tengo familia; mi compañera se murió, y me hago la cuenta de que tengo un hijo... ¡Miserias! Pero si al hombre, ensima de sus desgrasias, le quitas el güen corazón, ¿pa qué sirve?... No creas que estamos en la abundancia el Pipi y yo.