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Las mejores son del siglo XVII, en que florecieron muchos insignes maestros, como Montañés, Alonso Cano, Bernardo de Mora, y Pedro y Alonso de Mena. V. la memoria histórica de D. José de Castro y Orozco, titulada Bellas Artes de Granada: Granada, 1839, pág. 37, y á Ceán Bermúdez, Diccionario histórico, etc., passim.

De su mérito, como del de otros autores jóvenes, en no escaso número, de su tiempo, como D. José de Castro y Orozco, D. Eugenio de Tapia, D. Carlos Doncel, D. Tomás Rodríguez Rubí, D. José García de Villalta, D. Mariano Roca de Togores, D. Miguel Agustín Príncipe, D. Isidoro Gil, D. Ramón Navarrete y otros muchos, la posteridad más ilustrada é imparcial pronunciará su fallo definitivo, limitándonos nosotros ahora á mencionarlos, para que, juntamente con lo antes expuesto, se forme una idea aproximada de los muchos y valiosos poetas jóvenes que se consagran en España á la musa dramática.

No habían sonado aún las doce campanadas de mediodía cuando Vargas Orozco mandó en busca de su discípulo. Sentáronse en un escaño de la sala capitular. Ramiro escuchó a su maestro con la sumisión acostumbrada. Vivaz, enérgica, perentoria fue la consigna.

Entraron, pues, en acuerdo algunos caciques, y de común consentimiento enviaron mensajeros á los Padres, suplicándoles con eficacísimos ruegos se moviesen á compasión de sus almas, poniéndolas en el camino de la salvación; pero no tuvieron por entonces otra respuesta, sino que no podían asistirles hasta dar aviso á su Provincial, que á la sazón era el Padre Gregorio de Orozco, natural de Almagro, en la Mancha, sujeto de mucho celo y fervor, quien no pudo tan presto condescender con tan justas súplicas hasta abrir colegio, como lo hizo en la villa de Tarija.

En su virtud, en 10 de Enero de 1509 encargó la Corporación al entallador Gomez de Orozco que hiciese un diseño, por el cual recibió 1500 mrs. y en 23 de Mayo del citado año dicho Cabildo comisionó al platero de Fábrica Juan de Oñate para que marchase á Portugal por el maestro que había de ejecutarla, que fué el orfebre Juan Aleman . Esta nueva custodia no parece que satisfizo tampoco al Cabildo, caso de que llegara á hacerse, puesto que otros dos alemanes, los maestros Nicolás y Marcos fabricaron una nueva que se terminó en 1525.

Los clérigos se arrebozaban con sus lobas; los dominicos, en sus manteos; los franciscanos y carmelitas traían el rostro cubierto bajo la puntiaguda capilla y los brazos cruzados por dentro de las mangas. Ramiro vio llegar a Vargas Orozco con la nariz amoratada por el frío; el paje caudatario le sostenía por detrás la cola superflua.

Entrado, pues, ya el año de 1691 pasó el Padre Provincial de esta provincia, Gregorio de Orozco, á visitar el Colegio de Tarija para entrar por allí á las tierras de los Chiriguanás y probar á lo menos por algún poco de tiempo las incomodidades que sus súbditos habían de tolerar después años enteros y hallarse en alguno de tantos peligros en que después ellos habían de vivir continuamente.

Vargas Orozco permaneció todavía un instante con el mentón apoyado en el libro y los ojos fijos en el suelo. Su negra figura eclesiástica prestaba un aspecto fúnebre a la solitaria plazuela, donde el anochecer parecía tamizar un polvo fosco de herrumbre. La corriente de aire que llegaba por la calle de la «Vida y la Muerte», agitaba su manteo.

Allí millares de vidas humanas eran trituradas por Jehová para salvar un rito o expresar un precepto. Para Vargas Orozco los hombres eran comparables a vasijas de barro, las cuales no valen sino por lo que guardan, y que, una vez que se impregnan de una materia corrupta, conviene destruirlas y hacer otras nuevas.

Entonces leí buena parte de «El Fistol del Diablo»; devoré las novelitas de Florencio del Castillo, y en dos días me eché al colecto los dos tomos de «La Guerra de Treinta Años», de Fernando Orozco, el más intencionado de nuestros novelistas. ¡Qué impresión tan penosa me causó ese libro! Me llenó de tristeza, y lastimó cruelmente mi corazón.