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Acentuándose sus místicos sentimientos, imprimió el mismo año, en Valladolid, los Cuatro solilóquios... llanto y lágrimas que hizo arrodillado delante de un Crucifijo, pidiendo a Dios perdón de sus pecados, después de haber recibido el hábito de la Tercera Orden de Penitencia del seráfico Francisco; es un patético librillo de arrepentimiento que debe ser anotado como precedente de la inesperada transformación que veremos operarse en la vida de Lope antes de mucho tiempo.

Mas ya me ha venido a la memoria dónde será bien, y aun más que bien, escribilla: que es en el librillo de memoria que fue de Cardenio; y tendrás cuidado de hacerla trasladar en papel, de buena letra, en el primer lugar que hallares, donde haya maestro de escuela de muchachos, o si no, cualquiera sacristán te la trasladará; y no se la des a trasladar a ningún escribano, que hacen letra procesada, que no la entenderá Satanás. -Pues, ¿qué se ha de hacer de la firma? -dijo Sancho.

-Nunca las cartas de Amadís se firman -respondió don Quijote. -Está bien -respondió Sancho-, pero la libranza forzosamente se ha de firmar, y ésa, si se traslada, dirán que la firma es falsa y quedaréme sin pollinos. -La libranza irá en el mesmo librillo firmada; que, en viéndola, mi sobrina no pondrá dificultad en cumplilla.

"¿No? dijo al mismo punto , pues oiga vuestra merced un pedacito de un librillo que tengo hecho a las once mil vírgenes, adonde a cada una he compuesto cincuenta octavas, cosa rica." Yo por excusarme de tanto millón de octavas, le supliqué no me dijese cosa a lo divino, y así me comenzó a recitar una comedia que tenía más jornadas que el camino de Jerusalén.

Y buscando más, halló un librillo de memoria, ricamente guarnecido.

Rasgó pues en dos la hoja del librillo de memoria en que los habia escrito, y tiró los dos pedazos á una enramada de rosales, donde fué en balde buscarlos.

La horrible guillotina, cuya enorme cuchilla lo mismo podía cortar un librillo de papel de fumar que una cabeza humana, ocupaba el ángulo más sombrío de la sucia estancia, que más parecía una bodega o sótano que taller del Arte de imprimir, soberano instrumento de la Divinidad, vicario de la Providencia en la Tierra.

Al repasar las páginas del librillo de mi vida me pareció que iba yo recorriendo larguísima y desolada calle, entre dos hileras de tumbas que aquí y allá blanqueaban a la sombra de los sauces y de los cipreses. La felicidad y bienestar de mi familia en tiempos mejores vino a sonreirme, a lastimar con sus alegres memorias mi dolorido corazón. Antes abundancia, respetos, halagos, lisonjas.

Rascóse Pepón el cogote sin contestar, sacó su petaca mugrienta de cuero, tomó una hoja del librillo de papel y la sujetó entre los labios por una esquina, luego se echó una polvarada de tabaco sobre la gran palma callosa de su mano y ofreció otra á Quino.

Ahí dentro tengo una Vida de San Vicente Ferrer, mi ilustre patrón, al que con motivo llama su panegirista «el San Pablo español». No se imagine que es un librillo de los de ahora, sino un volumen con tapas de pergamino, impreso hace siglos, y su autor es el reverendo padre Valdecebro, varón de gran fama por las obras que escribió sobre la vida de los animales... Pues el padre Valdecebro cuenta que la madre del santo, cuando estaba en su embarazo, sentía grandes inquietudes y miedos por lo desmesurado de su vientre y los ruidos que hacía la criatura.