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Hostigado de los clamores de los vecinos, que deseaban poner á salvo sus vidas y haciendas, se vió precisado á buscar un seguro asilo, á 12 leguas de distancia de aquella villa, y esperar con menos sobresalto el socorro que tenia pedido, acompañado solamente de los pocos que estuvieron enteramente determinados á seguirle, quitando por este medio la ocasion de que aquellas provincias intentasen tal vez redimir sus intereses del indulto que recelaban, con el atentado de arrestar su persona, para entregarla despues al caudillo de la rebelion, como lo solicitaba.

Suspenden su marcha, diciendo: «Este es el mar Tenebroso.» Y ponen las proas de sus naves en dirección á su país. «Sería cometer una impiedad el violar ese santuario. ¡Desdichado de aquel que se vea hostigado por tan sacrílega curiosidad! En las postreras islas apareció un coloso, un rostro amenazador gritando: «No paséis más allá

Tornó a su país en 1888; pero, hostigado por autoridades y frailes, se retiró al Japón y más tarde a Inglaterra y España. En esta etapa publicó El Filibusterismo, segunda parte de Noli me tangere. De nuevo en Filipinas hacia 1892, como peligroso a la soberanía, el capitán general Despujols le deportó a la isla de Dapitan.

Habíala tomado por una de esas pobres vergonzantes que a las altas horas de la noche extienden en silencio su mano descarnada al transeúnte que se retira solicitado por el descanso u hostigado por los vicios.

Estos los tuvo que abandonar, empero, meses después, hostigado por el autor de sus días que no estimaba necesario para desempeñar su empleo, ni para aspirar al de Celador, saber más de lo que él ya sabía.

Hostigado por los recelos que Cirilo y Visita le infundían y ardiendo en deseos de cerciorarse de la intriga que contra él se tramaba, no dudó en faltar a la delicadeza espiándolos. Sabía que el matrimonio se hallaba en el cenador con el marquesito, y hacia allá se dirigió sin hacer ruido.

El espanto dominaba toda la casa: los antiguos retratos al óleo de sus antepasados, y hasta el del feroz mayor de caballería, tiritaban entre los marcos dorados, y perdían la tiesura lineal y angulosa del pincel primitivo que había inmortalizado aquellos absurdos artísticos; los muebles tomaban un aspecto solemne, y parecían, por su alineación severa, la serie de los bancos de los acusados; los relojes se paraban, los sirvientes ganaban los confines de la casa; mi tío, que comenzaba por esbozar una súplica en su rostro de marido hostigado durante veinticinco años, concluía por doblar el cuello y hundir su barba en el pecho, ni más ni menos que una perdiz a la que un cazador brutal descarga a boca de jarro los dos cañones de la escopeta.

En pro de su opinion ¿aduce tanta copia de razones como su adversario? no. Para lograr el objeto, ¿presenta proyectos tan varios é ingeniosos? no. ¿Qué hace pues el malaventurado ignorante, combatido, hostigado, acosado por su temible antagonista? ¿Qué me contesta V. á esto, dice el hombre de los proyectos, y del saber? Nada; pero ¿qué yo?.... Mas, ¿no le parecen á V. concluyentes mis razones?