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Sólo un polvoroso haz de sol entraba por alguna rendija, estampando en el tapiz un óvalo ardiente que parecía chamuscar el tejido. Infinitos corpúsculos subían y bajaban como átomos de silencio. Acababa de sonar el toque de la una. Afuera el sol quema, el muro se cuece.

Allá van, pues, gozosos y tranquilos: los mancebos renunciando á sus doradas esperanzas, á su brillante porvenir, á la ciencia, á los honores, á la gloria, al amor, á todo lo mundano; las madres despidiéndose para siempre de sus inocentes hijuelos, en quienes se compendian para ellas todos los placeres de la tierra, y estampando en sus rosadas megillas el último beso, que reciben dormidos, ignorantes de su próxima horfandad.

Hágase tu voluntad, hija mía... Ahora, déjame un momento a solas para que entre Amaury, que también parece que tiene que decirme algo importante. Ya te llamaré después. Y el doctor despidió a su sobrina estampando un prolongado beso en su frente virginal. Así que salió Antoñita, el señor de Avrigny llamó a Amaury en voz alta.

Y no creería yo cumplir con lo que pienso y con lo que siento, si no terminase este prólogo estampando, al lado del nombre del gran pintor realista de las Escenas Montañesas, el nombre del pintor idealista, rico en ternuras y delicadezas, que ha envuelto aquel paisaje en un velo de suave y gentil poesía.

En medio de un religioso silencio se acercaron aquellos á la mesa, tomando asiento en unión del Gobernadorcillo en funciones, quién tiene voto personalísimo. Armado cada cual de pluma y cuartilla, en la que con anticipación se ha puesto el encabezamiento, se llenan los huecos estampando tres nombres, dos de libre elección del votante y uno forzoso.

Temió luego que tan rica creación se desvaneciese, que se disipase como si fuera soñada, y exclamó al fin con extraño candor: ¿No me engaña V.? ¿Es cierto? ¿V. me ama? Con todo mi corazón contestó D. Jaime tomando la linda mano de doña Luz y estampando en ella un beso. No sea V. loco. Levántese V. dijo doña Luz, retirando con suavidad su mano de entre las de don Jaime.

Quisiera que tocases la novena sinfonía de Beethoven, esa obra que tanto me gusta... Yo pienso que me tranquilizaría más que la tila y el azahar. ¡Pero eso no es molestia, hija mía! Es un placer replicó riendo el caballero. Y abrazándola de nuevo y estampando un beso en su frente se alzó del asiento, se acercó al piano y lo abrió.

Entre tanto, dejaré advertido que te den una sopita clara..., un caldo siquiera..., porque no puedes estar así... ¡Ea!, adiós, hija mía... »Pero yo no me incorporaba ni alejaba mi cara de la suya. » Adiós me dijo, al fin, estampando un beso, frío y maquinal, en mi frente.