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454 Mas todo varón prudente sufre tranquilo sus males; yo siempre los hallo iguales en cualquier senda que elijo; la desgracia tiene hijos, aunque ella no tiene madre. 455 Y al que le toca la herencia, donde quiera halla su ruina: lo que la suerte destina no puede el hombre evitar, porque el cardo ha de pinchar es que nace con espinas.

Y ello me demuestra que no es absolutamente necesaria la ortografía para razonar bien. Deseo, pues, complacer a mi bella comunicante. Y con tal fin elijo por tema de esta crónica la crotalogía, es decir, el arte de tocar los crótalos, nombre que los divinos griegos daban a las castañuelas. Creo que mi comunicante quedará complacida, pues no hay nada más alegre que unas castañuelas.

No negaré que Julio es entre los hombres de su clase, una excepción muy digna de estima; pero ya le he dicho a usted en más de una ocasión, que no tengo otro deseo que quedarme a su lado, viviendo en su compañía, mientras usted lo permita. Ni concibo ni quiero otra felicidad, y si usted no dispone otra cosa, ésa es la que yo elijo.

Curioso fuera saber á qué especie de sensibilidad pertenecen las ideas abstractas y los actos con que las percibimos; así como esos otros: yo quiero, no quiero, elijo esto, mas quiero esto que aquello.

Nunca he creído que fueses capaz de engañarme. Tampoco creas si elijo un estado distinto del que prefieren todas las mujeres, que lo hago por despecho o atraída por una falsa vocación. No; considera que si no he querido engañar a un hombre, no he de querer engañarme yo misma, ni engañar a Dios.

Elijo los dos que me parecen más interesantes: uno porque se diferencia mucho de casi todos los cuentos vulgares europeos; y otro por lo mucho que se asemeja a ciertas leyendas cristianas; como la de San Amaro, la de otro santo, referida por el Padre Arbiol en sus Desengaños místicos, y la que ha puesto en verso el poeta americano Longfellow en su Golden Legend.

Todas las muchachas, tarde o temprano, tienen gana de casarse y si no la tienes todavía es que estás un poco atrasada para tu edad. ¡Diecisiete años! ¡Ahí es nada!... Un monstruo... de una bonita especie, lo confieso... Pues bien, papá, elige ... Perfectamente... Elijo a Kisseler... ¡Kisseler! Mi espanto le hizo reír de buena gana.

¡Mil ducados, ó la Inquisición y el tormento! Elige. ... ... señor... pues... elijo... ¡los mil ducados! Y tendió las manos al vale. Despacio, despacio, señor Francisco Montiño dijo el duque sentándose en el sillón ; antes es necesario que me respondáis á lo que voy á preguntaros. Si puedo responderos, señor, lo haré con toda mi alma.

Va a estrenarse dentro de quince días me dice mi amigo. ¡Lo mismo, exactamente lo mismo que hace siete años! El camarero me llama por mi nombre: ¡Hola, D. Julio! ¿Qué va usted a tomar? Elijo una paella, como plato castizo, y del que me encontré privado durante mucho tiempo. Esta paella observa alguien que la conoce es la misma de ayer.