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Y dió las órdenes al sumiller, cerró además la puerta de la cámara, y volvió á sentarse sobre la alfombra y á comer sus embuchados. Os ruego dijo el padre Aliaga que por estos momentos dejéis vuestro oficio de bufón y me respondáis bien, lisa y llanamente. Entonces reclamo mi sueldo de consejero. El rey sacó de su portabolsa una bolsa, y la arrojó al bufón.

¡Mil ducados, ó la Inquisición y el tormento! Elige. ... ... señor... pues... elijo... ¡los mil ducados! Y tendió las manos al vale. Despacio, despacio, señor Francisco Montiño dijo el duque sentándose en el sillón ; antes es necesario que me respondáis á lo que voy á preguntaros. Si puedo responderos, señor, lo haré con toda mi alma.

-Y ¡cómo que dices bien, hija! -respondió Teresa-. Y todas estas venturas, y aun mayores, me las tiene profetizadas mi buen Sancho, y verás , hija, cómo no para hasta hacerme condesa: que todo es comenzar a ser venturosas; y, como yo he oído decir muchas veces a tu buen padre, que así como lo es tuyo lo es de los refranes, cuando te dieren la vaquilla, corre con soguilla: cuando te dieren un gobierno, cógele; cuando te dieren un condado, agárrale, y cuando te hicieren tus, tus, con alguna buena dádiva, envásala. ¡No, sino dormíos, y no respondáis a las venturas y buenas dichas que están llamando a la puerta de vuestra casa!

No me respondáis; no hablemos más de eso. Quiero dejaros muy tranquila, bien calmada. ¿Despachasteis a Annie?... ¿Queréis que esta noche también os desnude y os acueste vuestra mamá, como antes? , quiero. ¿Y cuando estéis acostada, me prometeréis ser buena? Buena, como una santa. ¿Y haréis todo lo posible por dormiros? Todo lo que pueda... ¿Con mucho juicio, sin pensar en nada?

Os amaría menos, nada quizá, aunque esto sería muy difícil, si llevarais la vida que llevan todos aquellos a quienes he desechado... Cuando pueda seguiros os seguiré, y donde quiera que estéis, allí estará mi deber; donde quiera que vayáis, irá mi felicidad, y si llegara día en que no pudierais llevarme, día en que debierais partir solo, pues bien, Juan, ese día os prometo que tendré valor suficiente para no quitaros el vuestro... Y ahora, señor cura, no es a él, sino a vos a quien me dirijo... quiero que respondáis vos, y no él.

No me extraviéis, no me respondáis. No será muy grande su hermosura, si no enloquece al grande hombre. Los negocios no son para las mujeres: para las mujeres las delicadezas de la vida, la buena casa, la buena mesa, las joyas, las galas, las sedas, las pieles... y el amor. Los cuidados graves, deben quedar para los hombres. Decís bien, cuando los hombres no son torpes.