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En cambio producen miel de caña o de prima, de la cual miel llenan los arrieros los odres en que llevaron el aceite, y la traen a la provincia de Córdoba. Esta miel hace las delicias de las golosas lugareñas cordobesas, que la sacan del plato a pulso empapando en ella pedacitos de pan, y luciendo así las lindas manos con los deditos engarabitados en forma de cresta de gallo.

No se sabía ciertamente cuál de las amigas despachaba más: en cambio, a su lado, encaramada sobre un almohadón, había una aprendiza, niña de ocho años, que con sus deditos amorcillados y torpes apenas lograba en una hora liar media docena de papeles.

Sospecho que ha desfigurado mi bella nariz romana. Y a , si no fuera afeitado completamente, como cuadra a un romano de la antigüedad, me hubiera arrancado hasta el último pelo. Esas mujeres tienen unos deditos encantadores, con unas uñas finísimas. Las comparáis con las gatas, y las gatas son ángeles comparadas con ellas.

«Te voy a traer unas botas muy bonitas» le dijo la que quería ser madre adoptiva, echándole las palabras con un beso en su oído sucio. El muchacho levantó un pie. ¡Y qué pie! Más valía que ningún cristiano lo viera. Era una masa de informe esparto y de trapo asqueroso, llena de lodo y con un gran agujero, por el cual asomaba la fila de deditos rosados.

Inés se desmayó, y no pudiendo traerla aquí, por ser esto muy lejos, Lobo me indujo a llevarla a casa de unas que él llamaba honradísimas señoras, donde permanecería hasta tanto que fuera posible traerla aquí para casarme con ella... ¡Oh, infame legista, miserable enredador, tramposo y falsario! Inés me abofeteó, Gabriel, al verse en aquella casa, y me clavó en las mejillas sus deditos.

-Hasta ahora -dijo entre don Lorenzo-, no os podré yo juzgar por loco; vamos adelante. Y díjole: -Paréceme que vuesa merced ha cursado las escuelas: ¿qué ciencias ha oído? -La de la caballería andante -respondió don Quijote-, que es tan buena como la de la poesía, y aun dos deditos más. -No qué ciencia sea ésa -replicó don Lorenzo-, y hasta ahora no ha llegado a mi noticia.

Don Juan comenzaba a mostrarse más alegre; y como si olvidase las antiguas preocupaciones, miraba con igual cariño a todos los que estaban en la mesa, sin pensar si eran hijos del antipático Pajares y si su hermana era una derrochadora. Ahora, ¡voto a Dios! venían bien dos deditos de vino, para acompañar dignamente a la gallina en su bajada al estómago.

Paquito nada había dicho; púsose muy encarnado, con ese santo carmín con que el pudor instintivo tiñe las facciones de la inocencia, y destrozando entre sus deditos, sin darse cuenta de ello, una anforita romana, extraño lacrimatorio de vidrio que había sobre una mesa, ocultó con varonil esfuerzo las gruesas lágrimas que le brotaban de los ojos.

Dos monjas jóvenes y no mal parecidas, que al lado de la otra estaban con la cabeza alzada hacia nosotros, sonrieron cortésmente. Lo de siempre, dos deditos contestó una de ojos negros y vivos, con acento andaluz cerrado y mostrando una fila primorosa de dientes. ¡Qué poco! ¡Anda! ¿Quiere usted que criemos boquerones en el estómago, como la madre? ¡Boquerones! Boquerones gaditanos.

Con dos deditos más de altura, creía yo que no habría la menor tacha que poner, como estampa hechicera, a la nieta de don Pedro Nolasco.