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-No hemos topado a nadie -respondió don Quijote-, sino a un cojín y a una maletilla que no lejos deste lugar hallamos. -También la hallé yo -respondió el cabrero-, mas nunca la quise alzar ni llegar a ella, temeroso de algún desmán y de que no me la pidiesen por de hurto; que es el diablo sotil, y debajo de los pies se levanta allombre cosa donde tropiece y caya, sin saber cómo ni cómo no.

Los de la cuadrilla poníanse serios, con una gravedad temerosa, pensando en los escapularios y medallas que manos femeniles habían cosido a sus trajes de lidia antes de salir de Sevilla. El espada, herido en sus adormiladas supersticiones, irritábase contra el Nacional, como si viese en esta impiedad un peligro para su vida. ¡Caya y no digas más barbariaes! Ustés perdonen.

Es un buen hombre, pero le han trastornao la cabesa con tanta mentira... ¡Caya y no me repliques! ¡Mardita sea! Te voy a yenar esa bocasa de... Y Gallardo, para tranquilizar a aquellos señores a los que creía depositarios del porvenir, abrumaba al banderillero con sus amenazas y blasfemias. El Nacional refugiábase en un silencio desdeñoso.

La gitana escuchaba sonriendo, sin dejar de engullir ávidamente los garbanzos, pero al mentar Zarandilla su fealdad cesó de comer. Caya, cegato, mala sombra. Premita Dió que te veas toa la vida bajo tierra, como tus hermanos los topos... Si ajora soy fea, tiempos hubo en que me besaban los zapatos los marqueses. Bien lo sabes , arrastrao...

E esto tenho en que seria gran servizo de Deus, é grande prol vossa, é da vossa onrra, é da sua del Rey D. Fernando; de si et entendo, que seeria agrande prazer del Rey de Portugal. E hu se todo esto fezese, querendo Deus, tenho que non caya tanto anchuun homen, nen anchuna molher no Mundo, como á mi non tomaria y tan gran prazer, se voontade fosse de Deus desse facer.

Gallardo, echando atrás el cuerpo a impulsos de la risa, saludaba a su banderillero imitando el mugido del toro. El apoderado, con andaluza gravedad, le ofrecía la mano felicitándole. ¡Chócala! Has estao mu güeno. ¡Ni Castelar! La señora Angustias indignábase al oír tales cosas en su casa, con un terror de mujer vieja que ve cercano el fin de su existencia. Caya, Sebastián.

Seguía llorando Carmen, sin escuchar las indignadas expresiones del banderillero, mientras la señora Angustias, sentada en una silla de brazos, contra los cuales se apelotonaba su desbordante obesidad, fruncía el ceño y apretaba la boca velluda y rugosa. Caya, Sebastián, y no mientas dijo la vieja . Lo too. Una juerga indesente el tal viaje al cortijo; una fiesta de gitanos.

Alcaparrón cortó de repente el canto para hablar a su madre, con la incoherencia del gitano que salta caprichoso de un pensamiento a otro. Mare, ¡y qué desgraciaos somos los pobresitos gitanos! Los gachés lo son todo: reyes, alcardes, jueses y generales, y los cañís no somos . ¡Caya, malange! Tampoco dengún gitano es carselero ni verdugo... Anda, bobo: echa otra.