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Tampoco pudo recordar las personas que habían asistido a la ceremonia; sólo tenía presente la cara del cura, muy viejo y con cejas canosas sobre los ojos pequeños que brillaban inexpresivamente en las órbitas hundidas. Se parecía al sacerdote que la confesara días antes.

El capitán estaba allí, en aquellos renglones, con su ruda y desbordante personalidad, escandaloso, simpático y agresivo. Febrer creyó contemplar sobre el papel su nariz enorme y pesada, sus patillas canosas, sus ojos de color de aceite con pintas de tabaco, su chambergo abollado puesto de través.

Esa noche vi pasar ante mis ojos, en sueños, la figura plácida del ministro del Interior , con sus cuidadas patillas canosas, sus verrugas y lunares, y la eterna sonrisa bondadosa con que acompañaba sus saludos graves, correctos y parsimoniosos.

Iba embozado en una capa vieja, por bajo de la cual asomaba una esportilla de compras, y por encima del embozo de raído terciopelo mostrábase su rostro lleno y colorado, en el que los detalles más salientes, aparte de las arrugas, eran un bigote de cepillo y unas cejas canosas, tan oblicuas, que hacían recordar los chinos de los abanicos. ¡Juan! exclamó doña Manuela.

Otras veces, sus ojos se encontraron con los del médico, y en una ocasión hasta creyó ver las patillas canosas y los ojos color de aceite de su amigo Pablo Valls. «¡Ilusión! ¡Locura!», pensaba al sumirse de nuevo en su inconsciencia.

Primero, su padrino, el señor Hardoin, con sus anteojos de oro, sus patillas canosas y su grueso bastón de puño de marfil. Después el cura, panzudo y asmático, que le daba golpecitos en los carrillos al salir del catecismo y le felicitaba por sus progresos.

Actualmente, Octavio Mirbeau tiene poco más de cincuenta años: es un hombre recio y tranquilo; la serenidad de su ademán revela un gran vigor latente; su cabeza balzaciana, fuerte y cuadrada, tiene una expresión noble de severidad tolerante; la nariz es ancha, el bigote rojizo y áspero; bajo el frontal, que la lucha de las pasiones y del pensamiento arrugaron, las cejas, algo canosas ya, pintan dos arcos inquietos, irascibles y enérgicos; al hablar adelanta el mentón con gesto retador y audaz.

Hullin era un hombre rechoncho y fornido, de ojos grises, labios gruesos, nariz corta, con una hendedura en la punta, y pobladas cejas canosas.

Como una irónica respuesta, el espejo de la chimenea le envió la imagen de su cráneo calvo y de sus patillas canosas, y el notario exclamó con cómico furor encogiéndose de hombros: Pardiez, lo que tiene son veinte años menos. ¡Oh! la juventud, la juventud... Ahogando un gran suspiro, cogió de la taquilla una carta de sello británico y la leyó moviendo la cabeza. ¡Pobre muchacha! exclamó.

Las patillas rubias y canosas, unidas por un bigote corto, revelaban al marino retirado de la navegación; pero sobre estos adornos capilares resaltaba su perfil semita, su curva y pesada nariz, su mentón saliente y unos ojos de párpados prolongados, con pupilas de ámbar o de oro, según era la luz, en las que parecían flotar algunos puntos de color de tabaco.