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Los millones, la Liga, la fábrica de ladrillo refractario, todo le salía de una vez a la cara, pugnando por arrojarse sobre los infelices que se le acercaban y aplastarlos. ¡Qué modo de tender la mano mirando hacia otro lado! ¡Qué voz ruda e impertinente para saludar de lejos! Imposible imaginarse una superioridad más protectora.

Exhala una queja, semejante al aullido de un chacal; y, dejando a David, se rompe el cuello de la camisa... aspira el aire profundamente, dos o tres veces, como si se ahogara; después ruge, con una violencia desencadenada de repente: ¿Dónde están?... ¡Ah! ¡me las pagarán!... Han representado una comedia... Se han burlado de ... ¿Dónde están?... voy a aplastarlos inmediatamente!...

Al contrario, es pedirles paso para no atropellarlos y aplastarlos. ¡Hm! dijo el P. Fernandez parándose y quedándose pensativo. Empiezen ustedes por pedir algo que no cueste tanto, algo que cada uno de nosotros pueda conceder sin menoscabo de su dignidad y privilegios, porque si podemos entendernos y vivir en paz, ¿á qué los odios, á qué las desconfianzas? Descendemos entonces á detalles...

Eran sus últimas reservas, las tropas de la desesperación. ¡Qué lástima no poder aplastarlos allí mismo, antes de que llegasen á crecer!... Vamonos, Señor dijo empujando dulcemente á su soberano . No hay que dar nada á esta canalla. Es mejor que todos perezcan. Y repelió á Eva con rudeza, ordenándole que no insistiese en su demanda presuntuosa.

Los doctores estudiosos que permanecían en sus habitaciones intentaron ocultarse, creyendo que el Hombre-Montaña se había vuelto loco y deseaba aplastarlos.

Deseaba contemplar de cerca a sus enemigos, aplastarlos con su triunfo, gozarse en su aspecto de confusa sumisión. Y conforme se aproximaba la solemnidad religiosa, temblaban muchos canónigos, pensando en la mirada dura y soberbia que clavaría en ellos el iracundo prelado. Gabriel prestaba escasa atención a las preocupaciones del mundo clerical. Llevaba una vida extraña.

La Loca, no contenta con convertir su patio en corral, se apoderaba del carro y metía la prole en el capazo para resguardarla del sol. ¿No era aquello abusar de la paciencia de un hombre?... Se acabó todo. Y abarcando en sus manazas a los cinco gatitos, los arrojó en montón a sus pies. Iba a aplastarlos a patadas; lo juraba, ¡voto a esto y lo de más allá! Iba a hacer una tortilla de gatos.

El público la encontró también acertada. Los pigmeos se sentían halagados al pensar que iban á infligir una existencia de crueldades y privaciones á aquel gigante capaz de aplastarlos entre sus dedos. Esto resultaba más útil y más divertido que darle muerte. En vano los amigos del gobierno intentaron una última resistencia, alegando que el Hombre-Montaña se resistirá á trabajar.