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Mira cuán horrible es todo esto, y domínate por Jesús Crucificado y por su bendita Madre María Santísima. ¡Qué fácil es dar consejos! contestó Pepita sosegándose un poco . ¡Qué difícil me es seguirlos, cuando hay como una fiera y desencadenada tempestad en mi cabeza! ¡Si me da miedo de volverme loca!

Los católicos conservan a la muerte todo el respeto solemne que Dios le ha dado, adoptándola él mismo como sacrificio de expiación. Reinaban un silencio y una calma llena de majestad, en aquel humilde recinto donde acababa de penetrar la muerte. Fuera, seguía desencadenada y rugiente la tempestad. Adentro todo era reposo y paz.

Exhala una queja, semejante al aullido de un chacal; y, dejando a David, se rompe el cuello de la camisa... aspira el aire profundamente, dos o tres veces, como si se ahogara; después ruge, con una violencia desencadenada de repente: ¿Dónde están?... ¡Ah! ¡me las pagarán!... Han representado una comedia... Se han burlado de ... ¿Dónde están?... voy a aplastarlos inmediatamente!...

Ya desencadenada, no siempre sube la tormenta á escalar las alturas que la dominan: permanece frecuentemente en las zonas bajas de la atmósfera en que se formó, y el espectador tranquilamente sentado en la hierba seca de los altos prados iluminados puede ver á sus plantas á las nubes contrarias batallar enfurecidas. ¡Cuadro tan magnífico como terrible!

Sin embargo, al cabo de algunos años debió renunciar á toda esperanza, porque su odio se hizo más concentrado y más mortal. Las calumnias esparcidas por ella contra su primo habían acabado por disiparse; porque la buena vida y las acciones claras son la mejor prueba de honradez que puede dar un hombre. Roussel consiguió dominar la dura corriente de malas voluntades desencadenada contra él.

La joven se estremeció al oír esa pregunta: se apretó fuertemente las sienes con ambas manos, como si la tempestad desencadenada en su cerebro por las palabras del juez, amenazara con hacerlo estallar: después respiró fuertemente, hasta el punto de que el aire silbara por entre sus dientes, apretados, y por fin exclamó, con la expresión de repugnancia dolorosa y de impotente desdén de quien se siente maltratar y oprimir: ¿Ha concluido usted? ¿Quiere usted seguir divirtiéndose en atormentarme?