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A las dos de la mañana se fueron 4 reses, que rompieron los lazos con que estaban atadas. Al amanecer mandè la chalupa á cortar palos para hacer un corral, y ensillè caballo para campear las vacas; hallé el rastro, y lo seguí campo adentro, hasta que advertì el caballo algo pesado: me apeè dej ndolo refrescar, y me fuí á bordo las tres de la tarde.

Subí al coche, y bajamos pausadamente á través de los Campos Elíseos, hasta la plaza de la Concordia. Allí me apeé, y me dirigí hacia las fuentes.

D. Francisco, es que... murmuró la otra, creyendo que la fiera se expresaba con sarcasmo, y que tras el sarcasmo vendría la mordida. No, hija, si no he chistado... ¿Cómo se han de decir las cosas? Es que á ustedes no hay quien las apee de que yo soy un hombre, como quien dice, tirano... ¿De dónde sacáis que no hay en compasión, ni... ni caridad?

Acabó de repasarles las espaldas, volvió, y llevóme a su casa, donde me apeé y comimos. Tenía mi buen tío su alojamiento junto al matadero, en casa un aguador.

Porque si yo viera que coqueteaba con otros hombres, anda con Dios. Pero si no hay quien la apee de una fidelidad que no viene al caso. ¡Fiel a ! ¿a santo de qué? ¡Te aseguro que me ha hecho cavilar más esa sosona! Ha pasado por tantas manos, y siempre fiel, consecuente como un clavo, que se está donde le clavan.

Estos van a tomar posada y apearse a Caldebayona o a la Pajería , y es tu dama y el soldado que viene en su compañía, que, por acabar más presto la jornada, dejaron la litera y tomaron postas. ¡Juro a Dios dijo don Cleofás que lo he de ir a matar antes que se apee, y a cortalle las piernas a doña Tomasa!

Llegué por la tarde un poco antes de cerrar la noche. Era el mes de noviembre. Me apeé a cierta distancia de la verja, en pleno bosque. Atravesé el patio de entrada sin ser notado. Al extremo de las habitaciones de servicio a la derecha brillaba luz en las cocinas. Dos ventanas se destacaban luminosas sobre la fachada del castillo.

Me apeé próximo ya a la aldea: el coche siguió por la carretera y yo tomé un camino de travesía que me condujo a mi casa por las marismas. Hacía cuatro días y cuatro noches que un dolor fijo refrenaba mi corazón y me tenía los ojos tan secos como si jamás hubiera llorado.

Sin decir nada a nadie, ni a mi señor tampoco, bonita y pasitamente me apeé de Clavileño, y me entretuve con las cabrillas, que son como unos alhelíes y como unas flores, casi tres cuartos de hora, y Clavileño no se movió de un lugar, ni pasó adelante. -Y, en tanto que el buen Sancho se entretenía con las cabras -preguntó el duque-, ¿en qué se entretenía el señor don Quijote?

Y aclaróseme tanto en materia de ser pobre , que me confesó, a media legua que anduvimos, que si no le hacía merced de dejarle subir en el borrico un rato, no le era posible pasar a la corte, por ir cansado de caminar con las bragas en los puños. Y movido a compasión, me apeé; y como él no podía sacar las calzas, húbele yo de subir.