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Hallóse perplejo el Provincial en la resolución que tomaría, porque el celo de la salud de las almas le persuadía abrazase á un mismo tiempo muchas empresas y diese principio, cuanto le fuese posible, á nuevas obras para la dilatación de la fe; por otra parte, veía la grande carestía de operarios que había y que apenas se podían mantener las Misiones antiguas, cuanto más emprender otras nuevas.

Siento muchísimo habérselo proporcionado replicó Samper con sonrisa sarcástica . No deje usted de decírselo de mi parte y de darle las gracias igualmente por haber impedido que abrazase por última vez a mi padre y le cerrase los ojos... Aquí la voz se le anudó en la garganta al pobre hombre y rompió a sollozar.

Viendo el buen P. Lucas que había allí poca esperanza de sembrar la semilla evangélica, á causa de la mala opinión que de él tenían, se encomendó á y al cacique á la suave y poderosa gracia del Espíritu Santo; y llamándole aparte, procuró lo primero, con el mejor modo que pudo, quitarle de la cabeza aquel error, y después le manifestó el fin de su venida, y el bien que recibiría si abrazase la santa ley de Jesucristo.

Allí, en breves razones, se dieron cuenta de sus sucesos; allí mostraron puesta en su punto la buena amistad de dos hermanos; allí abrazó el oidor a Zoraida; allí la ofreció su hacienda; allí hizo que la abrazase su hija; allí la cristiana hermosa y la mora hermosísima renovaron las lágrimas de todos.

«¡Oh, qué ridículo viaje por salas y pasillos, a obscuras, a las dos de la madrugada, en busca de un imposible, de una grotesca farsa... de un absurdo cómico... pero tan amargo para ella!...». Y Ana, sin querer, como siempre, mientras iba a tientas por el salón, pero sin tropezar, pensaba: Y si ahora, por milagro, por milagro de amor, Álvaro se presentase aquí, en esta obscuridad, y me cogiese, y me abrazase por la cintura... y me dijera: eres mi amor...; yo infeliz, yo miserable, yo carne flaca, qué haría sino sucumbir... perder el sentido en sus brazos.... «¡, sucumbir!», gritó todo dentro de ella; y desvanecida, buscó a tientas el sofá de damasco y sobre él, tendida, medio desnuda, lloró, lloró sin saber cuánto tiempo.

La pobreza sería la única hada que le abrazase al surgir al mundo. Si la fortuna no había de apiadarse, prefería que el ser inocente pereciera en su encierro antes que ella lo viese, antes que se sintiera esclavizada por el cariño. Se entregó al trabajo con valentía femenil, mostrando esa resistencia de que sólo son capaces los seres nerviosos.

Al fin apareció doña Clara, sencillamente vestida de casa, pero elegante; con un ancho traje de seda negra y una toquita blanca en los cabellos. ¡Oh! ¡felicidad mía! exclamó el joven levantándose con tal rapidez, que no pudo evitar doña Clara que la abrazase y la besase en la boca. La joven dió un grito y quiso desasirse, pero no pudo.