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Aquí se atascó Diógenes, y rascándose la nariz con el cabo de la pluma, quedóse perplejo, hasta que añadió por fin al encabezamiento esta reverente coleta: «...muy respetada: Mañana sale de aquí para esa el perillán de Jacobito Sabadell, que lleva las de Caín, pues trata nada menos que de intentar una reconciliación con su pobre mujer Elvira.

Y acudía a la memoria de la gente sencilla el recuerdo de los prodigios, aprendidos en la niñez sobre las faldas de la madre; las veces que en otros siglos había bastado asomar a San Bernardo a un callejón de la orilla, para que inmediatamente el río se fuera hacia abajo, desapareciendo como el agua de un cántaro que se rompe. El alcalde, fiel a la dinastía de los Brull, estaba perplejo.

Y tales cosas dijo Currita, y tales protestas hizo, y con tal acento las pronunció, que el mismo Butrón con ser tan ducho, se quedó perplejo, y entre las afirmaciones contrarias de aquellas dos condesas igualmente tramposas, sólo sacó en claro una nueva confirmación de aquel principio práctico que de toda la vida había profesado: la mujer aborrece a la serpiente por celos y envidias del oficio.

Hallóse perplejo el Provincial en la resolución que tomaría, porque el celo de la salud de las almas le persuadía abrazase á un mismo tiempo muchas empresas y diese principio, cuanto le fuese posible, á nuevas obras para la dilatación de la fe; por otra parte, veía la grande carestía de operarios que había y que apenas se podían mantener las Misiones antiguas, cuanto más emprender otras nuevas.

Maltrana prorrumpió en una carcajada al oír el nombre del «santo». El día anterior, al dejar los grabados en la casa, se los había enseñado, quedando el devoto perplejo largo rato en su contemplación. Yo dijo desconfío siempre de los señores que tienen mucha fama.

Al salir de su casa quedó perplejo viendo que el jinete había desaparecido. Corrió Cachafaz la tierra inmediata, así como los corrales, dando gritos, sin poder descubrir al «chasque». Finalmente, Rojas se encogió de hombros, y contento por la noticia, quiso explicarse esta desaparición. Don Roque, para darle el aviso con más prontitud, se lo había enviado con algún viandante que tenía que hacer un largo rodeo en su marcha y deseaba no perder tiempo.

Ni la más ligera duda ni la más pequeña desconfianza enturbiaba su convencimiento. A esta confianza unía una sencillez y una falta tan absoluta de malicia, que le dejaban a uno perplejo. Sólo el mar puede producir tipos semejantes.

Mientras me hallaba así, todo perplejo, pensando, entre otras cosas, que acaso esa letra habría sido uno de los adornos de que hacían uso los blancos para atraerse la atención de los indios, me la puse casualmente sobre el pecho.

A la mañana siguiente, el criado que vino a despertarle quedose perplejo. Su señor no se había quitado las ropas para dormir. Pasaron los días, largos días de prisión, que él acortaba con la lectura, o pintando al óleo, con asombrosa destreza, sobre tablas de nogal, figuras de Vírgenes y de Santos. El Canónigo venía a visitarle a menudo y le incitaba siempre a que abrazara la carrera eclesiástica.

D. José María se quedó como alelado con esta razón, y por un instante estuvo perplejo, sin saber qué decir; mas su vena inagotable no tardó en sugerirle nuevas ideas, y contestó con mal humor: «¿Y quién le ha dicho a usted, mozalbete atrevido, que yo sería capaz de divulgar mi secreto? Los buques se fabricarían con el mayor sigilo y sin decir palotada a nadie.