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Actualizado: 11 de mayo de 2025


Mi mujer se abraza a las rodillas de su madre, que extiende los brazos como para protegerla. Yo no quiero hacerte daño, Yolanda digo. Lo único que quiero es pedirte perdón por haber sido tan imprudente, por exceso de amor a ti. Silencio prolongado. No se oyen más que suspiros. Entonces la madre le dice: Tiene razón, hija mía; levántate. Es hora de partir.

Tecla, Hero, Irsa, Angélica... no, demasiado empalagoso: con cualquiera de esos nombres, ella no pescaría para marido sino un empleadito sin fortuna... o bien, Rosaura, Carmen, Beatriz, Wanda... tampoco, demasiado ardiente: ella huiría con el primer regidor que se presentara, porque si sigue siempre la suerte del nombre que se lleva... En fin, encontré Yolanda.

Eso mismo fue lo que hice yo aquella noche, así que hubo vencido la tentación; y, mientras me iba quedando dormido, pensaba para mis adentros: No, no; ninguna mujer te hará ser infiel a tu catre duro y estrecho de soltero... Aun cuando se llame Yolanda, y aun cuando sea de la sangre más noble y pura que haya puesto Dios sobre la tierra... ; esa menos que cualquier otra... Porque... ¡quién sabe!...»

Se pone color de púrpura, pero lo llevo adonde está Yolanda, a quien están sacándole el sombrero y la capa. Ruégale también que se quede le digo; merece bien una taza de te. Se lo ruego murmura ella sin levantar los ojos. El hace un saludo correcto y se retuerce el bigote. Después llevo a Yolanda al comedor, a través de los aposentos brillantemente iluminados.

Debo decir, en honor de Yolanda, que ella se esforzaba lealmente por darse conmigo... Trataba de adivinar mis gustos; , trataba de asociar sus ideas con las mías. Pero eso no era posible. Allí donde su joven inteligencia esperaba encontrar en la vida, el interés, no había, por lo general, más que un desierto seco, hacía ya mucho tiempo.

Una joven hermosa, una Tusnelda, una Venus, que en su orgullo y desesperación se echa en los brazos de un hombre valiente, corpulento, que frisa ya en los cincuenta años... ¿No hubiera sido una especie de sacrilegio apoderarse de esa felicidad y arrebatarla apresuradamente, como un ladrón? Yolanda le digo; querida niña, ¿se da usted cuenta de lo que está haciendo?

Y en este momento las señoras están preparando un ponche... con esto le digo todo. ¿Por qué no venía usted nunca a mi casa?... ¡Yolanda!... Es mi hija... ¡Yolanda!... Es la alegría de mi alma... No me oye. Bien decía yo a usted... las puertas no sirven para nada.

Llegó entre los últimos, con la tez verdosa, la expresión hambrienta o fastidiada. Lo agarro del brazo: Aquí lo tienes, Yolanda digo a ésta. Es Lotario Pütz, hijo único de Pütz, hijo mío, casi. Dale la mano, llámale Lotario. Y al ver que ella vacilaba, tomé sus cinco dedos y los puse entre los de Lotario.

Acababa de abandonar todo lo que hasta entonces había sido su universo, su vida... Y su porvenir era un viejo, que, hacía apenas una hora, estaba ebrio. ¡Voto a!... ¡y qué vergüenza tenía yo! Sin embargo, es necesario que le hable: Yolanda... No me responde. ¿Me tienes miedo? . ¿Quieres darme la mano? . ¿Dónde está? Aquí. Siento una cosa blanca que me roza suavemente.

Grandes ojos azules alargados, cabellos de plata cubiertos por una pequeña toca de encaje negro, una sonrisa dolorida, manos muy delgadas; el conjunto un poco delicado para la mujer de un hidalgo rural y, sobre todo, de un patán como ése. Me da cortésmente los buenos días, mientras el viejo grita a voz en cuello: ¡Yolanda!... ¡Eh! ¿dónde te has metido?

Palabra del Dia

hociquea

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