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EVARISTA. ¿Y ya mayorcita, cuando vivías en Hendaya... también...? ELECTRA. Los primeros años nada más. Jugaba yo entonces con muñecas vivas: los pequeñuelos de mi prima Rosaura, niño y niña, que no se separaban de : me adoraban, y yo a ellos. De noche, en la soledad de mi alcoba, los niños dormiditos, aquí ellos... yo aquí. EVARISTA. ¡Oh! no sigas, por Dios.

Conocía los árboles y tenía de cada uno algún recuerdo. «Al pie de éste hicimos una hoguera Telva, Rosaura y yo y asamos castañas. De este tan alto se cayó Celso el de la tía Basilisa, antes de ir al servicio del rey, y no se hizo daño ninguno... ¡qué susto nos dió!... En ese otro escribió Juanín de Mardana mi nombre... ¡aquí está!»... Tales recuerdos dilataron su corazón.

En el Real suelo ir al palco de las de Gamboa, y pienso que se le ha metido en la cabeza que me gusta Rosaura.... ¡Mira qué tontería! ¡Rosaura!... Pero hace lo menos un mes que no subo a saludarlas ... y lo mismo; ¡lo mismo, chico, lo mismo!... El otro día la pude pillar sola en el gabinete unos momentos, y de prisa y corriendo le he dicho que deseaba saber en qué quedábamos.

En efecto, el Príncipe cede al imperio de las circunstancias, y presenta su mano á Rosaura; hasta llega al extremo de acoger con benevolencia al Condestable, hombre muy influyente en política por su saber, no negando su aprobación al casamiento que pretende con Doña Blanca.

Pues á ello; ¡eh! , Rosaura, sube esa carga. Una mujer subió hasta la mitad de la escalera de mano; desde allí entregó su carga á Pedro, que después de desatarla comenzó á tomar grandes brazados de hierba y á arrojarlos con fuerza hacia el sitio donde se hallaba la condesa, que á su vez la tomaba también y la iba esparciendo convenientemente.

Pero por Plauto no daré un cabello; Miro que su oración toda se agacha; No cual la tuya, Lope, que alça cresta, Hasta tocar del sol la ardiente hacha. ¿Pues qué, si tu Rosaura, en la floresta Juega el venablo y bate los ijares, Del valiente bridón que la molesta? ¿Juventud castellana, ya qué temes? Yo te prometo honor, suda y escribe, Que Apolo hay acá con quien te extremes.

Ascendía el montón a diez y siete duros. No pudiendo decir a su señora la verdad, salió con el cuento de que una prima suya, la Rosaura, que comerciaba en miel alcarreña, le había dado unos duros para que se los guardara. «Dame, dame todo lo que tengas, Benina, así Dios te conceda la gloria eterna, que yo te lo devolveré doblado cuando los primos de Ronda me paguen lo del pejugar... ya sabes... es cosa de días... ya viste la carta».

Tecla, Hero, Irsa, Angélica... no, demasiado empalagoso: con cualquiera de esos nombres, ella no pescaría para marido sino un empleadito sin fortuna... o bien, Rosaura, Carmen, Beatriz, Wanda... tampoco, demasiado ardiente: ella huiría con el primer regidor que se presentara, porque si sigue siempre la suerte del nombre que se lleva... En fin, encontré Yolanda.

Después aparece una procesión solemne, á cuyo frente camina el Rey con Roberto, ofreciéndosenos también á la vista la princesa Rosaura. Roberto lee el testamento del Rey difunto, en que se dispone que Enrique se case con Rosaura, y que, si lo rehusa, herede la corona su hermano menor.