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Actualizado: 7 de junio de 2025


Como generosa yegua de pura sangre a la cual pretendiesen enganchar haciendo tronco con un individuo de la raza asinina, la Tribuna se irguió, y saltándosele los ojos de las órbitas, los carrillos inflamados por la fiebre, gritó: Sal, sal de ahí, bruto.... ¡Quieres condenarme!

No era muy buena preparación para una seria subida de cinco millas; pero Jovita arremetió con su habitual, ciega e impetuosa furia, y media hora más tarde alcanzó la extensa llanura que conduce a Rattlesnake-Creek: treinta minutos más, y llegaban a la meta. Federico soltó ligeramente las riendas sobre el cuello de la yegua, excitola con un silbido, y tarareó una canción.

Un minuto después una linda frente coronada de cabellos rubios se apoyaba en la reja. ¿Cómo estás aquí? He venido á la feria para mercar una yegua. ¡Qué salto me dió el corazón cuando tu voz! Temía engañarme. Por esa aguardé á que cantases otra vez, pero te había oído muy bien la primera. ¿Y cómo han quedado todos allá arriba?

Media hora después, los dos iban en dirección a la aldea. Pablo hablaba, hablaba, hablaba! Su madre no estaba allí para calmarlo y moderarlo, de manera que su alegría se desbordaba. Mirad, señor cura, hacéis muy mal en tomar las cosas por su lado trágico... ¡Ved cómo trota mi yegua! ¡cómo levanta las patas! Vos no la conocíais. ¿Sabéis cuánto he pagado por ella? Cuatrocientos francos.

Si salgo solo, se me agua la fiesta. Voy a dar una sorpresa al tío Manolo, y a conocer a las primas, que sólo las he visto cuando eran unas mocosas.... Si ahora me desanimo, no vuelvo a animarme en diez años. Ya he mandado a Primitivo que ensille la yegua y ponga el aparejo a la borrica.

Yo te lo enseñaré, grandísima yegua... yo te lo enseñaré. D. Jaime, viéndole algo más sosegado, fue a coger el sombrero que tenía sobre una silla, y se dispuso a irse. Tomás, mirándole con inquietud, le dijo: Pierde cuidado, Jaime... A ésta ya la curaré yo de su enfermedad... ¡Mira, tengo allí las medicinas! Y apuntaba a un rincón de la sala, donde estaban arrimados unos cuantos garrotes.

No obstante, este interés se concentraba ante todo en el caballo, lo que nada tenía de particular en una vecindad donde la carrera recorrida por la yegua de French Pitt al escaparse del magistrado de Calaveras, eclipsó todo el interés para el término fatal de personaje tan digno y benemérito.

Era la yegua. El cuadrúpedo no tenía, en realidad, bonita estampa. Nada notable ofrecía desde su romo hocico hasta sus alzadas ancas, y desde su arqueado espinazo, oculto por las raídas y tiesas machillas de una silla mejicana, hasta sus gruesas, derechas y huesosas piernas, no tenía una sola línea de la gracia y noble aspecto que distingue a su especie.

-En verdad -respondió el de la yegua- que no me pasara tan de largo, si no fuera por temor que con la compañía de mi yegua no se alborotara ese caballo.

Delante de la posada aguardaban Primitivo y Julián; aquél con su cara de metal, enigmática y dura, éste con el rostro dilatado por afectuosísima sonrisa. Nucha le saludó con no menor cordialidad. Bajaron los equipajes, y Primitivo se adelantó trayendo a don Pedro su lucia y viva yegua castaña.

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