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Actualizado: 23 de junio de 2025


Inmediatamente Elena, que había pasado los primeros años de su vida en aquella farmacia y la conocía tan bien como su primo, se dirigió con presteza a la trastienda, abrió la cordialera, buscó el tarro del curare y sacando del pecho un frasquito que llevaba echó en él unos pedazos de este veneno. Después lo guardó de nuevo y se sentó a esperar tranquilamente a su primo. No tardó en llegar.

Oyendo la orden, Lita la desaprobó: ¿Para qué el médico?... Si los médicos no pueden lo que Dios puede, ¡y yo me curaré sin médico!... Y luego pensó en voz alta, consolándose: De todos modos, aunque miss Mary lo llame, él no va a oír ni entender, porque ese teléfono es para hablar español y miss Mary no sabe hablar más que en inglés.

Así era, en efecto; los ojos de la abandonada, vagando con extravío de uno en otro objeto, tenían al fijarse en la Virgen Santísima el resplandor del espanto. ¿Por qué tiembla tu mano? preguntó la señorita , ¿estás enferma? Te has puesto más pálida que una muerta y das diente con diente. Si estás enferma yo te curaré, yo misma.

Yo te lo enseñaré, grandísima yegua... yo te lo enseñaré. D. Jaime, viéndole algo más sosegado, fue a coger el sombrero que tenía sobre una silla, y se dispuso a irse. Tomás, mirándole con inquietud, le dijo: Pierde cuidado, Jaime... A ésta ya la curaré yo de su enfermedad... ¡Mira, tengo allí las medicinas! Y apuntaba a un rincón de la sala, donde estaban arrimados unos cuantos garrotes.

Los salvajes lo emplean en las salsas y en los combates, en la guerra y en la cocina. Acaba usted de decir su nombre y ya no me acuerdo. No lo he dicho, señora, pero estoy dispuesto a hacerlo. Es el curare. Se vende en Africa, en las montañas de la Luna. El comerciante es antropófago. La señora Chermidy dejó a un lado sus venenos para dedicarse a sus invitados.

Pues repentinamente aprendió a conocer esas turbaciones, esas agitaciones, y no se hizo la menor ilusión sobre la profundidad de su herida; conoció que le había atacado en pleno corazón. Sin embargo, no desesperó. Aquel día, al partir, se decía: «, es grave, muy grave; pero curaré.» Y buscaba una excusa a su locura, que atribuía a las circunstancias.

Diciéndome que no debo creer que se mueren los niños... mandándome que no lo crea. ¿Yo?... Si usted me lo afirma, lo creeré, y me curaré de esta maldita idea... Porque... lo digo claro: yo he pecado, yo soy mala... Pues, hija, bien fácil es curarte. Yo te digo que tus niños no se mueren, que tus hijos están sanos y robustos.

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irrascible

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