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Actualizado: 7 de junio de 2025


El pobre viejo se sentía solo en aquella casa. Teresa no le comprendía; Andresito, entusiasmado por la fortuna del papá, tenía sus ambiciones; mostrábase meticuloso y exigiendo en materias de vestir, y hablaba de la posibilidad de poseer una yegua alazana y pasear por la Alameda, siguiendo el carruaje de su novia, para lo cual se estaba preparando todas las tardes en el picadero.

El fundador del Faro, aclamado al entrar en su casa, se vió precisado después a asomarse al balcón, donde fué nueva y calurosamente vitoreado. Por la noche, sus amigos le obsequiaron con una serenata. Convendría ponerle una barbada suave dijo Pablito. O un filete respondió Piscis gravemente. Ambos guardaron silencio. Pablito exclamó: ¡Maldita yegua! No he visto en mi vida boca más dulce.

Señor cura, tengo miedo. ¿A qué tienes miedo, gran yegua? Señor cura, tengo miedo a los truenos... ¿Y qué hace un hombre en este caso, barájoles?

Hacía rato que el cura no prestaba la menor atención al discurso de Pablo. El carruaje había entrado en una calle bastante larga y perfectamente recta. Al fin de esta calle el cura veía venir a un caballero a galope. Mirad dijo el cura a Pablo, mirad vos que tenéis mejores ojos que yo; ¿no es Juan el que viene allá? , pues, es Juan, reconozco su yegua mora.

No, señora.... Juanito me ha dicho que la yegua estaba desherrada.... ¿Por qué no te ha puesto uno de los caballos normandos? No .... Siempre encuentra alguna disculpa cuando la señora me manda salir en coche. Tal me parece.... Descuida, hija: ya arreglaré yo eso. ¡Bueno está el señor Juanito, con sus ínfulas de indispensable!

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