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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Había ido poco antes a Bayreuth para una representación de las óperas de Wagner, y ahora, en la capital de Baviera, asistía al teatro de la Residencia, donde se verificaba el festival de Mozart. Jaime no era melómano, pero su vida errante le obligaba a ir donde iba la gente, y su condición de pianista aficionado le había hecho asistir dos años seguidos a esta romería musical.
Rafael contemplaba como un bobo la firma del viejo Verdi y la de Boito; venían después los jóvenes maestros de la nueva escuela italiana, ruidosa y triunfante, con el estrépito de la belleza puesta al alcance del vulgo; los franceses Massenet y Saint Saëns saludaban a la feliz intérprete del primero de los músicos; los grandes libretistas italianos dedicaban a la artista versos que deletreaba Rafael, percibiendo su suave perfume, a pesar de que apenas conocía el idioma; había un soneto de Illica que le hacía llorar; y luego venían los ininteligibles para él, unos cuantos renglones de Hans Keller, el gran director de orquesta, el discípulo y confidente de Wagner, su testamentario artístico, encargado de velar por la gloria del maestro, aquel Hans Keller de que hablaba Leonora a cada instante, con cariño de mujer y admiración de artista, sin perjuicio de añadir a continuación que era un bárbaro.
Oía sonar el piano lejos, muy lejos, como una musiquilla de liliputienses. «Ahora es Wagner pensaba ; eso lo conozco: Parsifal, "El encanto del Viernes Santo"... Ahora es Schubert: el "Quinteto de la Trucha". ¡Cosa graciosa!... Ahora... ahora...» Y no pudo reconocer nada más, porque dejó de oír la música.
Abandonó á Robledo, y fué al encuentro del pianista, que rondaba la mesa, pasando de un criado á otro para repetir sus peticiones de emparedados y de copas. Déme su brazo... Beethoven. Al deslizarse entre dos grupos, dijo, mostrando al músico: Voy á escribir cualquier día un libreto de ópera para él, y entonces la gente se verá obligada á hablar menos de Wágner.
Un escándalo más y su nombre en los tribunales, mientras ella, fugitiva y orgullosa de su hazaña, cantaba en los Estados Unidos, aclamada locamente por el público americano que admiraba a la amazona más aún que a la artista. Allí conoció a Hans Keller, el famoso director de orquesta, el discípulo de Wagner. El maestro alemán fue su segundo amor.
A última hora, el alemán, acompañándose en el piano, cantaba fragmentos de Wágner, que hacían dormitar á Madariaga en un sillón con el fuerte cigarro paraguayo adherido á los labios. Elena contemplaba mientras tanto con creciente interés al gringo cantor. No era el caballero de los ensueños esperado por la dama blanca.
Las almas sensibles y creyentes continuó Fernando paladearon las gestas del místico guerrero Perceval y los amores del caballero Tristán de Leonis con la infortunada reina Iseo, historias de amor y de muerte de los trovadores medievales, que en nuestros días ha remozado Wagner como argumentos de sus poemas... Las veladas en ventas y mesones discurrían ligeras en torno del candilón, que trazaba un círculo rojo sobre las páginas de la maravillosa historia impresa.
De allí a dos días cantaría en el San Carlos de Lisboa tres representaciones de Wagner nada más; y después de un salto a Stokolmo y luego no sabía con certeza donde; a Odessa o al Cairo.
Víctor Hugo es mi dios... dijo de pronto Ojeda interrumpiendo su murmullo poético, como si no pudiese contener más tiempo esta declaración . Y Beethoven también lo es. Ella le miró con ojos suplicantes, implorando una palabra que podía unirlos con un nuevo afecto. ¿Y Wagner?... Fernando vaciló. No tenía la serenidad olímpica, la majestad simple de los divinos.
Miss Mary Gordon, rubia idealista, hija del gobernador de un archipiélago inglés de Oceanía, que viajaba por Europa sin otro acompañamiento que el de una doméstica, le había conocido un verano en un hotel de Munich, y ella fue la que, impresionada, dio los primeros pasos. El español era, según la miss, un vivo retrato de Wagner joven.
Palabra del Dia
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